ANTROPOSMODERNO
OCLOCRACIA La Democracia de los mediocres, CLIENTELISMO y degradación política.
Guillermo Cortés Lutz

El texto de Guillermo Cortés Lutz analiza el estado actual de la democracia en América Latina, especialmente en Chile y Atacama, argumentando que esta se encuentra en una etapa de degradación y ha evolucionado hacia una "oclocracia", es decir, una democracia dominada por los mediocres y los poderosos que buscan aprovecharse del sistema. El autor también critica el clientelismo político, un mal endémico que socava las bases de la democracia al comprar la conciencia y el voto de las personas a través de prebendas y beneficios. El texto culmina con una llamada a la acción, instando a la educación y la conciencia de clase para transformar la sociedad y superar este cáncer que afecta a la región.

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Pienso que no es un error si decimos que nuestra democracia, y no hablamos solo de Chile, sino de las democracias latinoamericanas y, sin duda, de Atacama, asistimos a la lamentable degradación de este sistema político y estamos en una “OCLOCRACIA”, es decir, la democracia de los mediocres, desvergonzados, aprovechadores, torpes, miopes, amiguistas, en definitiva, de los oscuros. Pero sin duda también es la oclocracia de los excesivamente poderosos y soberbios, como presidentes, parlamentarios, alcaldes, algunos funcionarios que no trepidan en el mal uso del poder para instalarse a desangrar Atacama, Chile y Latinoamérica. Epítome y ejemplo de este tipo de personajes son Nayib Bukele, Daniel Ortega, Milei, pero también lo son poderosos oclócratas como Donald Trump, Jair Bolsonaro y otros tantos.

De allí que conocer, estudiar y generar limitaciones al poder debe ser un elemento central del sistema político y de la democracia (sin duda también deben generarse estas limitaciones en el excesivo control del poder económico, que tanto influye en el sistema político). En América Latina, el poder se distribuye con una inequidad brutal, que ha generado una división tan radical en nuestras sociedades que podrían pasar décadas, incluso centurias, para que las personas y el pueblo puedan comprender e internalizar que el poder también les pertenece. El historiador Gabriel Salazar, en su libro “Construcción de Estado en Chile”, comenta cómo el pueblo chileno y latinoamericano debe ser intervenido en su memoria, porque la oligarquía ha enfermado la memoria del pueblo y esta debe ser reestructurada con criterios verdaderamente democráticos y cívicos.

Por lo tanto, concebir el poder como parte del patrimonio del pueblo se torna difícil, ya que no somos educados en y para la política, lo que nos resta de la participación, y por lo tanto las oligarquías de todo tipo (derecha, pero también algunos y algunas que se dicen de izquierda) se autorreproducen sin ningún obstáculo, y con el beneficio de seguir manejando el poder a su antojo y en su beneficio. Últimamente, el apoyo desde y a este tipo de políticos ha conllevado una cantidad escandalosa de recursos económicos, redes de protección, e instalación de incompetentes, ignorantes y mediocres en cargos públicos. Esto genera fastidio y frustración social; la irritación se da entonces a nivel tanto comunitario como individual hacia la política, y por supuesto también hacia el grupo de militantes-clientes, que desde los cargos donde han sido instalados desfachatadamente hacen abuso de sus posiciones.

Esta crítica al sistema democrático que denominamos oclocracia no es una posición nihilista; es más bien una apreciación medianamente reflexiva de cómo vemos un mundo ultraliberal en lo económico, individualista, donde el mercado supera a lo social, y donde una parte de la izquierda está a lo menos confundida y superada por la mundialización. Hablamos de esa izquierda sin un cabal conocimiento de la teoría política y que se jactan de ello; por lo tanto, al momento de analizar la realidad socioeconómica y cultural de América Latina, piensan como manada. Como también extrapolan nuestra realidad a otros contextos que no son el nuestro. Nos enfrentamos con una izquierda cuyas posiciones se acercan más al neoliberalismo, sin asomo de rebeldía y sin las competencias para hacer los cambios que todos perciben, o hacer al menos una crítica a la brutal inequidad sociopolítica, económica y cultural existente.

Todo lo anterior nos genera un distanciamiento de la política y la participación, lo que crea una sensación de no pertenencia y de ser un ciudadano no vinculado a la marcha de la sociedad.

La oclocracia lamentablemente conlleva uno de los vicios más arraigados en nuestra actual democracia, y que lejos se ha convertido en una de sus mayores debilidades: nos referimos al CLIENTELISMO POLÍTICO. ¿Cómo definir este extravío de la política, este mal cívico que nos afecta? Esta desviación del poder se ha dado al amparo del presidencialismo, del parlamentarismo y de la burocracia, pero su real origen está en el modelo económico neocapitalista que ha creado la contradicción ciudadano-cliente. Y ha creado el clientelismo político presente, que en Latinoamérica (y como no, en Atacama y Chile) se sufre como una verdadera enfermedad terminal, ya que evita la circulación y renovación de los cuadros dirigentes, de la participación en general, y con ello el progreso.

Intentaremos definir el clientelismo, que es esa capacidad de tener adeptos, votantes, seguidores fieles, servidores al líder de la manada, lo que se logra mediante la entrega a estos clientes de ciertas prebendas y beneficios, usando un concepto aclaratorio: decir que el clientelismo es comprar la conciencia, las acciones y el voto de alguien, aprovechándose de su necesidad, del deseo de vivir una vida cómoda, aprovechándose de su mediocridad y de sus temores, de la falta de consecuencia de las personas, de la nula capacidad de crítica y propuesta. En definitiva, el clientelismo es la anulación ontológica de la persona; el clientelismo entonces se instala en nuestro sistema político, como también en lo social, económico y cultural como la versión actualizada de una violación sistemática e íntima de los derechos humanos.

¿Cómo llegamos a este estado de cosas? Errores propios de la izquierda y por la potencia del neoliberalismo, que no permite forjar un sistema educativo crítico que forme ciudadanos para la democracia. Si diéramos una mirada retrospectiva histórica, el clientelismo me atrevo a decir se origina ya en la Edad Media; el epítome de un sistema clientelar fue el Feudalismo, donde un señor feudal tuvo a su servicio a los siervos de la gleba y villanos, y donde al señor le asistían amplios derechos sobre personas inferiores a él. Este tipo de derecho lo vemos hoy en el actual político; sin duda también lo tiene el empresario, y así hay un largo camino de sojuzgamiento desde el poder, y con ello la creación de modelos de clientelismos y servidumbre hasta el presente.

En el caso de Latinoamérica, ha sido aún más largo y hasta hoy, porque no hemos podido salir del estado de subdesarrollo. Bajos sueldos, explotación laboral, el grotesco machismo, la violencia y el subvalorar a la mujer. Si a eso le sumamos políticas públicas muy débiles y que nuestras instituciones educativas no han podido, mediante enseñanzas y aprendizajes significativos, elevar el nivel de vida del pueblo, nos encontramos con que las oligarquías y los más poderosos se hacen cada vez más hábiles y fuertes en el control del poder. Mi impresión es que ante esta práctica que socava y terminará por hacer estallar las bases de una democracia popular, los principales responsables son quienes, teniendo el poder, generan clientes. Esta práctica, ya habitual pero antidemocrática, se aprovecha de las debilidades humanas. Segundo, y tal vez con menos responsabilidad pero nunca inocentes, quienes se dejan comprar, aun entendiendo sus necesidades, su mediocridad, o su servilismo; no debemos vender la primogenitura por un plato de lentejas.

El clientelismo político, social o económico es un mal de la dictadura y postdictadura, un mal de la democracia, del postmodernismo y del neocapitalismo. Nos parece que es hora de denunciarlo, es hora de combatirlo y exterminarlo; es hora de, mediante la educación y la generación de conciencia de clase, buscar la transformación por intermedio de la participación, tal vez la primera sea en política, para así sanar a nuestra sociedad en Atacama, Chile y Latinoamérica, que producto de este cáncer siente un profundo malestar que se instala en nuestro diario vivir y nos lleva finalmente a caer en la apatía y en la peor enfermedad social: el acatamiento obediente de las injustas leyes imperantes en esta sociedad.


Guillermo Cortés Lutz
Doctor en Historia
Grupo de Estudios de Atacama GEA



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