A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. (Génesis 3-16)
Parirás a tus hijos con dolor. Esta frase la hemos escuchado desde siempre. Tanto mujeres como hombres, tanto creyentes como no creyentes. En realidad, suena como un mandato indiscutible y al que deberíamos resignarnos. Sin embargo también podríamos ponerlo en cuestión en algún momento, como todo puede, en algún momento también, de nuestra vida o de la historia, ponerse en cuestión.
De lo que no nos hemos anoticiado, al menos la mayoría y de forma consciente, es acerca de la frase que sigue después de aquel punto y coma. Dice: “…y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.”
Y aquí entonces surge la pregunta: ¿Por qué esa frase subsiguiente no es conocida, por qué después de ese punto y coma pareciera no existir nada más, a pesar de que tal enunciado ha tenido efectos en lo real? Efectos que mujeres y hombres han soportado casi cabalmente a lo largo del desarrollo de la cultura occidental judeocristiana.
“Enseñoreará de ti”. Implica la presencia de un señor, dueño, propietario. Y digo soportado en los dos géneros porque también ser “señor” sin haberlo elegido puede ser una carga excesiva para quien no lo eligió.
Es en este momento entonces - en que existe una demanda de las mujeres para salir de un lugar que han reproducido pero no elegido- que se hace necesario comenzar a descubrir, destapar, des-velar aquellos mandatos que han operado desde siempre y de los cuales no hemos sido conscientes. (Cabe aclarar que las veces que acá se utiliza el término des-velar, mediado por un guión, es con la intención de hacer hincapié en una de las acepciones del verbo VELAR que es: custodiar, cuidar con esmero)
Este parágrafo completo, más allá de sugerir que el cuerpo de la mujer deberá ser un envase contenedor de progenie - y que este ser-envase necesariamente será soportado con dolor-, también enuncia que el deseo de la mujer será solo para un hombre, nominado así como dueño absoluto del mismo sin mediar elección o autonomía. Y todo esto como un castigo por desobediencia. Porque si leemos el Génesis con más amplitud se ve que este apartado es parte del castigo proferido a la mujer por haberse dejado tentar por LA serpiente, habiendo tenido acceso así al árbol del bien y del mal. Acceso al conocimiento. Acción que deberá ser castigada.
Sabemos que los mitos sobre el origen estructuran o marcan la base de toda sociedad, como también de nuestra historia personal. Y que como todo mito se construye por los mismos agentes de la cultura para explicar, y ordenar, las producciones de esa misma cultura.
También sabemos que más de dos mil años de reproducción de libros sagrados en el saber popular, tienen sus efectos estables en la cultura. Decantado, por el tiempo, el peso de la palabra de dios-padre, el castigo por la desobediencia de su Ley, sigue produciendo efectos de forma casi automática.
Sin embargo rastreando el origen del sistema patriarcal, que aún sostenemos, y que comienza a fracturarse, surge que no se originó en la reproducción oral, y luego escrita, de mandatos religiosos, sino en cuestiones de orden económico de reproducción. Pero no estaría mal exponer la idea de que tales marcos religiosos fueron producto de la necesidad de sustentar un sistema de normas- de reproducción económica- que operaran desde el concepto de la FE, y que por lo mismo fueran indiscutibles. Ciertas comprobaciones exceden el objetivo de este escrito. El intento entonces sería dejar expuestos algunos preceptos – para poder pensarlos desde otro lugar- que estando soterrados, han sido respetados y reproducidos frenando de esta manera los cambios culturales a los que hoy estamos asistiendo.
PERLA HARDOY
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