Referencias estéticas revueltas. Gilles Lipovetsky.
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Según Gilles Lipovetsky, esta es la época del anticonformismo. Y nos guía más el placer que la preocupación de ostentar nuestra categoría social.
Gilles Lipovetsky es filósofo y sociólogo. Lleva a cabo desde hace mucho tiempo una reflexión acerca de las transformaciones de las sociedades individualistas contemporáneas.
¿Cómo analiza usted el entusiasmo actual por lo kitsch, lo excesivo, el mal gusto?
Gilles Lipovetsky: Estamos inmersos desde hace unos cincuenta aqos en una cultura hedonista e individualista. Por todas partes se exaltan los placeres, la expresión y el pleno desarrollo de sí mismo, y esto en todos los aspectos de la existencia. En las costumbres de antaño, a la autonomía individual se oponían códigos colectivos rígidos. Uno compraba sus muebles, decoraba su casa, organizaba su vida haciendo caso de la norma. Estos diktats han desaparecido. En la moda, la decoración, los deportes, la vida familiar o sexual, uno puede permitirse casi lo que sea, incluso si la mayoría no manifiesta una originalidad desenfrenada. Pero cada quien puede hacer lo que quiera sin que la reprobación colectiva sea fuerte. En términos más amplios, tendemos a desvalorizar lo estándar, que es sinónimo de panurgismo, de falta de personalidad. Y vemos incluso que se desarrolla la idea de que el conformismo en materia de gusto es de "mal gusto" por resultar impersonal y sin alma. En nuestra cultura individualista, lo que tiene valor es la personalidad, la diferencia, lo que se aparta. Y con eso, acusar señales de mal gusto puede percibirse como una manera de no ser prisionero de la norma. Introducir «enanos populares» en la decoración interior puede convertirse en un guiño audaz, una marca de autonomma y de falta de respeto lúdica.
¿No es esto un privilegio reservado a cierta clase social?
G.L: Hubo un kitsch burgués así como un kitsch popular. Todavía hoy es posible encontrar diferencias de comportamiento ligadas a la pertenencia a una clase. Pero esta pertenencia no lo explica todo, porque la relación con los objetos se encuentra cada vez menos guiada por imperativos de exhibición del rango social o de estatus. Ya no es mucho lo que uno compra para impresionar al gallinero, mostrar lo rico que es uno, manifestar ostensiblemente su raigambre social. Adquirir hoy objetos llamados "de mal gusto" expresa más una cultura divertida, en la que se juega con los referentes (el buen gusto, el lujo, el arte), en la que uno funciona en segunda instancia, en la que resulta más importante darse gusto que decir quién es uno socialmente.
¿Cómo fue que salimos del conformismo?
G.L: El conformismo no desaparece, más bien retrocede. Desde los siglos XVII y XVIII, la cultura moderna viene acompaqada de una desvalorización del conformismo intelectual, en nombre del imperativo de "pensar por uno mismo". Después, al final del siglo XIX, los artistas bohemios rechazan por completo los salones, las maneras y la chabacanería de los burgueses, y enarbolan el derecho a la ruptura y a la libertad creativa absoluta. En los años sesenta, la contracultura amplió esta ofensiva antiburguesa: se da valor a la radicalidad transgresora, a la disidencia política y cultural. Con el florecimiento de la cultura hedonista del consumo y el agotamiento del espíritu vanguardista, los valores individualistas se difundieron, sin la fe revolucionaria. Antaño, estaba el rey, la corte, después fueron los salones, la alta costura, la vanguardia.
Todas estas instituciones hablaban de la norma del buen gusto, de lo que estaba de moda y de lo que ya no lo estaba. Ahora han desaparecido, estamos en un periodo de confusión de las jerarquías estéticas y culturales y de la multiplicación de las referencias del gusto. Ya nada se impone en el unanimismo. Este impulso de la cultura igualitaria, en la que todo, más o menos, adquiere dignidad, permite una mayor relajación combinatoria, una mayor indiferencia en cuanto al juicio de los demás. En este contexto, los sistemás antinsíicos se yuxtaponen, lo nuevo ya no desprecia lo antiguo, lo más hermoso puede codearse con lo más trivial. Ya no hay exclusión. El patchwork abigarrado ha remplazado al jardín a la francesa.
L'EXPRESS (02 de marzo del 2000)
Traducción de Arturo Vazquez Barrón.
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