Crítica al discurso de Hebe Bonafini y renuncia a la UPMPM

Rolando Astarita

Publicado el: 2001-10-17

    


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En lo que sigue no me voy a referir a las consecuencias políticas e ideológicas -completamente perniciosas- del atentado del 11 de setiembre con relación a la clase obrera y la lucha de los oprimidos. Al respecto, hicimos un análisis que publica Debate Marxista N°3. Aquí me voy a limitar a criticar los argumentos presentados por Bonafini en su discurso en ocasión de la clase especial y pública "Sobre la guerra imperalista" de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo .



El razonamiento de Bonafini procede según los siguientes pasos: en primer lugar, identifica al capitalismo con Estados Unidos. Esto es, para ella el capital no es una relación social, sino un país, incluido su pueblo y todos los que viven en él. En segundo lugar, identifica la lucha contra el capital con la matanza de capitalistas, que, como ya dijimos, han sido identificados con los habitantes de Estados Unidos; de ahí que diga que el 11 de setiembre "no murieron pobres" sino "enemigos". En tercer término, identifica a los enemigos del capitalismo con los "pueblos" que se alegran por la muerte de los estadounidenses.

Sobre esto - y su ideal de "venganza", que trato luego- Hebe Bonafini construye su apología del ataque del 11 de setiembre, explica su brindis y su alegría por lo ocurrido.



Estos razonamientos se expresan desde pretendidas posiciones socialistas y progresistas. Pero no tienen nada que ver con el socialismo. En primer lugar, porque jamás el socialismo planteó que la superación del capitalismo consiste en matar burgueses. Mucho menos que consistiera en matar al conjunto de las poblaciones que viven en los países capitalistas más poderosos. Para el socialismo, la superación del capitalismo implica la abolición de la propiedad privada del capital; en absoluto es sinónimo de la desaparición física de los capitalistas. Pero además, para la concepción socialista se trata de una lucha que realizarán las masas explotadas, que por eso mismo deberán independizarse y diferenciarse de los líderes y regímenes explotadores, sean éstos capitalistas o precapitalistas. Por lo cual el socialismo jamás podría confundir a Ben Laden con un revolucionario, ni a un régimen como el de los talibanes con el "progreso y la civilización".

En segundo lugar, porque el socialismo jamás ha defendido la matanza indiscriminada de personas. En este respecto, somos conscientes de que la revolución socialista no será un camino de rosas. La idea de la transformación pacífica de la sociedad capitalista en socialista es una utopía, como lo demuestran trágicamente las experiencias de Chile, Indonesia y tantas otras. Cuando los pueblos quieren tomar su destino en sus manos, enfrentan invariablemente la más violenta de las represiones, y deben responder con los medios necesarios. Pero las acciones de este tipo serán adoptadas en tanto sean imprescindibles y serán limitadas a objetivos precisos. En esto rescatamos el enfoque con que Marx analizó y defendió en su momento el empleo de la violencia por parte de los Comuneros del París insurrecto de 1870-71, y el abismo que los separaba del proceder de sus verdugos. Marx destacaba que los Comuneros fusilaron rehenes sólo después de que la burguesía se negara repetidas veces a avenirse a un canje de prisioneros y sólo cuando se vieron acorralados y atacados por todos los frentes. E incluso en esa instancia las muertes fueron limitadas. Nunca la Comuna se propuso la muerte a mansalva ni la tortura de prisioneros. Por contrapartida, la muerte indiscriminada fue el proceder y la política de la burguesía, ávida de aplastar en sangre la rebelión de los trabajadores. Fue la burguesía la que sí asesinó "en masa a sangre fría", la que demostró "desdén en la matanza para la edad y el sexo" e "indiferencia ante la matanza de personas completamente ajenas a la contienda" (los entrecomillados son de Marx). Una manera de actuar que se repitió en todas y cada una de las grandes represiones de la burguesía contra las masas explotadas. Que se manifiesta también en la indiferencia que tienen el Gobierno de Estados Unidos y todos los que lo apoyan para matar indiscriminadamente en Afganistán, en Irak, en Sudán y en tantos otros lugares. Pero, insistimos, éstos no son los métodos de la lucha obrera y socialista que reivindica el marxismo. Porque no nos colocamos a la altura de esos carniceros sin límites es que no somos indiferentes "ante la matanza de personas completamente ajenas a la contienda", ni nos alegramos o brindamos por lo ocurrido en las Torres y por la suerte corrida por los pasajeros de los aviones estrellados.



Bonafini también afirma que el ataque del 11/09 constituye una "venganza" por los desaparecidos y torturados, por los oprimidos y atacados por el imperialismo. "Vengar" significa causar daño a personas como respuesta a un ataque recibido; es "pagar con la misma moneda" para sacarse una espina y tomar revancha.

Pues bien, hay que decir que el objetivo del socialismo no es la "venganza". Para aclarar este punto, sigamos hasta el fin esta lógica de la "venganza": implica que si el enemigo tortura, nosotros torturaremos; si el enemigo secuestra, nosotros secuestraremos; si el enemigo explota, nosotros explotaremos a los antiguos explotadores cuando "la tortilla se dé vuelta". O sea, reproduciremos toda la mierda de esta sociedad, punto por punto, en cuanto tengamos el poder para hacerlo. En conclusión, postularíamos una nueva sociedad burocrática y represiva. Esta es la matriz de todo stalinismo, éste es el camino más rápido para llegar a los campos de concentración "en nombre del socialismo", a las torturas de los opositores "en nombre del socialismo", a las muertes masivas perpetradas por los Khmer rojos "en nombre del socialismo".

Nada de esto es socialismo. Una vez más, nuestra "venganza" será acabar con la explotación, con la miseria, con la humillación y el agravio de miles de millones de seres humanos, acabando con la propiedad privada de los medios de producción. Lo que, por supuesto, es muy distinto a querer matar gente y destruir edificios por "venganza".



Pero hay más. Hebe Bonafini exalta el peor de los nacionalismos. Hace culpable a todo un pueblo, el norteamericano, porque "calló y aplaudió las guerras" y afirma que las guerras existieron "porque el pueblo norteamericano las aplaudió". Conclusión, las guerras son culpa colectiva de un pueblo. Una vez más, el sistema capitalista es absuelto, en la particular explicación "socialista" de las guerras de Bonafini (¿y acaso pretende también que todas las guerras desde el siglo 16 en adelante fueron culpa del pueblo norteamericano?). Como también son librados de toda responsabilidad los gobiernos y regímenes burocráticos, no capitalistas (¿la guerra entre Camboya y Vietnam fue culpa del pueblo norteamericano? ¿la guerra de los soviéticos en Afganistán?). Las contradicciones sociales y económicas que llevan a los conflictos armados entre países son dejadas de lado, porque lo que importan son las culpas de los "pueblos". Pero siguiendo con este razonamiento, debería señalarse como culpables colectivos por crímenes de guerra a los pueblos de todos los países industrializados. ¿No sería entonces progresiva una guerra bacteriológica en gran escala, que acabe de una buena vez con todos esos "culpables"?

Pero además, una característica de todo nacionalista es que limita sus argumentos "al otro", y no mira hacia "su" pueblo. Como no nos atan los prejuicios nacionalistas, aplicaremos la argumentación de Hebe Bonafini a los argentinos. ¿Acaso no fue Argentina agresora de Paraguay, país al que desvastó de la manera más brutal? ¿No fueron argentinos los que exterminaron a las poblaciones indígenas autóctonas? ¿No fueron argentinos los que protegieron a los peores genocidas de la historia, los nazis refugiados después de la guerra? ¿No fueron argentinos los que aplaudieron al gobierno que protegía a esos asesinos? ¿No son argentinos los que honran la memoria de los genocidas de los indígenas o de los paraguayos? ¿No son argentinos los que votaron por el gobierno que apoyó los ataques de Estados Unidos a Irak y su bloqueo? ¿No son argentinos los que discriminan -masivamente- a bolivianos, peruanos y a gente de raíz indígena? Conclusión, el pueblo argentino de conjunto es culpable. Por lo que es hora de brindar por nuestra propia muerte colectiva.



Ni hace falta señalar que todo esto no tiene nada que ver con las concepciones socialistas.

Pero lo más lamentable es que Bonafini repite así la lógica del enemigo, que criminaliza pueblos, culturas, colectividades enteras (como se hace a diario en los grandes medios). Es la forma de razonar también de los regímenes retrógrados de Medio Oriente, de los talibanes y de Ben Laden. La coincidencia en el método (matanza indiscriminada) tiene su sustento en la coincidencia en la exaltación del odio nacionalista. El programa de este "progresismo" se reduce así al castigo de pueblos enteros, declarados "culpables" ante el inapelable tribunal de la historia en que se han erigido Ben Laden y todos los que lo apoyan, por un lado, y Bush y todos los que lo apoyan por el otro. Una vez más, ya no como socialistas, sino como simples partidarios del progreso humano, no tenemos nada que ver con esto.



Por último, Bonafini se atribuye ser la voz de los desaparecidos. "Somos la voz de nuestros hijos", dice en su discurso, comprendiendo por "nuestros hijos" el colectivo de los compañeros desaparecidos. En este punto, hablo de manera muy personal como ex-detenido desaparecido. Hasta ahora nunca lo había hecho, pero me siento impulsado a hacerlo porque hay cosas que superan todo lo tolerable. Hablo para decir que, habiendo sido torturado por las fuerzas de la represión, jamás me planteé como objetivo la venganza personal, ni aplicar el "ojo por ojo y diente por diente" a mis torturadores. Mi "venganza" sigue siendo la lucha por una sociedad sin clases, no por reproducir lo podrido y brutal de esta sociedad en el cuerpo de otros. Pero, en segundo lugar, y por encima de lo personal, afirmo esto en nombre de amigos y compañeros de militancia que desaparecieron: ninguno de ellos expresó -por lo menos hasta el momento de su desaparición- las ideas que hoy Bonafini se cree autorizada a verter en su nombre. Más en general, y con todo el respeto que merece la trayectoria y la lucha de Hebe Bonafini, estoy convencido de que nadie tiene el derecho, por más que haya luchado por los derechos humanos y por más que haya sufrido, a hablar en nombre de tantos compañeros, que por lo demás tuvieron posiciones bastante diversas y hasta opuestas en muchos respectos. Si Bonafini asegura que no es "falsa" y que dice lo que piensa, tampoco como socialista tengo "pelos en la lengua" para decir lo que pienso. Y lo que pienso es esto: es hora de que cada cual hable por sus propias posiciones o las de la tendencia política a la que pertenece. Que nadie pretenda encumbrar sus opiniones con el supuesto manto de autoridad que da el sacrificio de los compañeros desaparecidos. Lo considero un procedimiento inaceptable que, por otra parte -y una vez más- me recuerda las peores prácticas stalinistas.



En vista de todo lo anterior, es necesario concluir que estamos ante divergencias que atañen a los principios mismos de las concepciones socialistas que defiendo. Mi colaboración y participación en la Universidad de las Madres se realizó en tanto creía que había una base común, en objetivos y pensamientos sociales, a pesar de diferencias de enfoques en muchos aspectos de política o táctica. Es claro, además, que el carácter de nuestra participación en la Universidad (que no es asimilable a la participación en cualquier otra institución de enseñanza) implica necesariamente compartir esa base. La posición de Hebe Bonafini que acabo de examinar -apoyada por las más altas autoridades de la Universidad- elimina ese terreno común sobre la que creía apoyar mi colaboración. Por esta razón, y en tanto no se rectifiquen estas posturas que acabo de criticar, he decidido dejar de dictar clases en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo.



Rolando Astarita
16 de octubre de 2001




Adhieren a los términos de esta carta, y también dejan de dictar clases en la UPMPM los docentes, integrantes de la cátedra, Victoria Ugartemendía y Octavio Colombo.



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