ANTROPOSMODERNO
Desarollo sostenible: mas dura será la caida
Harribey Jean-Marie

Desde hace medio siglo no han faltado las declaraciones generosas contra la pobreza, la malnutrición y el analfabetismo, anunciando una acción decidida para poner fin al subdesarrollo

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A finales del mes de agosto del 2002 se llevará a cabo en Johannesburgo una conferencia de la ONU consagrada al(los) problema(s) del desarrollo.
A esta conferencia se le ha dado un sobrenombre -Río+10- pues se llevará a cabo diez años después de la de 1992 en Río de Janeiro en la que se parloteó sobre el desarrollo sostenible o duradero que se supone resolverá la pobreza y preservará la naturaleza. Varias resoluciones fueron allí adoptadas, en particular para evitar el recalentamiento climático, proteger la biodiversidad y parar la deforestación. Es hora de hacer un primer balance de las acciones entonces emprendidas. El resultado es tan pobre que cabe preguntarse si el mundo no ha retornado treinta años atrás cuando la ONU organizó en 1972 un primer encuentro internacional en Estocolmo sobre las mismas cuestiones.
¿Johannesburgo = Río+10 o Río-20 ?.
Desde hace medio siglo no han faltado las declaraciones generosas contra la pobreza, la malnutrición y el analfabetismo, anunciando una acción decidida para poner fin al subdesarrollo. Si la conferencia de Estocolmo, aunque ya en aquél momento exponía la necesidad de un eco-desarrollo, pasó desapercibida, la de Río había marcado los espíritus ya que, con una hermosa unanimidad, todos los países del mundo afirmaron su adhesión a un desarrollo que responda a las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para responder a las suyas.(1) Pero cuando se trata de hacer música a partir de la bella partitura escrita en Río, no había nadie que la tocara. Los economistas liberales fundaron una nueva disciplina, la economía del medioambiente, teorizando la posibilidad de substituir eternamente mediante el capital técnico al capital natural agotado gracias a un progreso técnico infinito y definiendo la mejoría del bienestar por el aumento perpetuo del consumo, mercantil, por supuesto. (Ver el cuadro Sostenibilidad débil y sostenibilidad fuerte). Los expertos americanos justificaban la exportación de los residuos industriales hacia los países pobres demasiado poco contaminados según ellos(2) y las multinacionales organizaban deslocalizaciones de las empresas contaminadoras hacia las mismas regiones. Los gobiernos de los países ricos remoloneaban a la hora de tomar medidas ecológicas pues sabían que esas medidas molestarían a los intereses de los lobbies de grupos industriales y financieros como los del sector de la energía nuclear o del transporte, y que habrían acarreado un cuestionamiento de los despilfarradores hábitos de consumo de sus poblaciones. La dificultad para introducir una fiscalidad sobre el transporte por carretera y sobre los carburantes ilustra bien este último punto.
Sostenibilidad débil y sostenibilidad fuerte El modelo de desarrollo capitalista industrial ha funcionado durante dos siglos basado en la creencia de la inagotabilidad de los recursos naturales. Cuando esta creencia se derrumbó, los economistas neo-clásicos intentaron integrar el medioambiente en el modelo de equilibrio general walrasiano*. Enunciaron la regla de la compensación garantizando la equidad entre las generaciones actuales y las futuras. Las rentas deducidas a medida que los recursos se agotan, y que son iguales a la diferencia entre el precio y el costo marginal de los recursos, deben ser reinvertidas para producir un capital que substituya los recursos agotados; esas rentas crecen de período en período en una tasa igual a las tasas de actualización. Es la concepción de la sostenibilidad llamada débil en oposición a la sostenibilidad fuerte en la cual el mantenimiento del stock de recursos naturales es buscado, por el contrario, sin hacer referencia a la sustituibilidad. Por tanto, en la sostenibilidad débil se postula que el progreso técnico será siempre capaz de modificar los procesos productivos en un sentido cada vez menos contaminante. Como complemento de esta iniciativa, la integración del medioambiente al cálculo económico se basa sobre la consideración de las externalidades, es decir, sobre su internalización, cuyas modalidades principales son la tarificación y la emisión de derechos de contaminar. Según Ronald Coase, la internalización de los efectos externos puede ser obtenida sin otra intervención del Estado que la de establecer el derecho de propiedad, y mediante la mera negociación mercantil entre los contaminados y los contaminadores, sea cual sea el reparto inicial de los derechos entre ellos. Cada agente económico es incitado a procurarse derechos a contaminar mientras que su costo marginal permanece inferior al de las medidas de descontaminación. De esta manera se alcanzaría el óptimo social ya que el precio del derecho a contaminar subirá a medida que la violencia sobre el medioambiente se incrementa.
El concepto de sostenibilidad débil domina entre los economistas: les sirve, por una parte, para legitimar una nueva extensión del campo de actividades mercantiles (descontaminar después de haber contaminado) y, por otra parte, para definir la mejora del bienestar humano mediante el continuo aumento del consumo per capita, tal y como lo vemos ejemplificado en Joseph Stiglitz que hoy aparece inocentemente criticando al FMI pero que construyó su reputación de economista en el seno del paradigma neoclásico.
Nicholas Georgescu-Roegen fue el primero en mostrar que las leyes de la termodinámica se aplicaban a la economía porque la actividad humana se inscribía en un universo sumido en la ley de la entropía. Cierto es que la tierra no es un sistema cerrado sobre sí mismo ya que nuestro planeta recibe el flujo de energía solar que, justamente, permite a la vida reconstituirse, a pesar de la entropía, e incluso extenderse. Pero Georgescu-Roegen tuvo el mérito de romper con la visión de un universo percibido como una cosa repetitiva, inmutable, obedeciendo a simples determinismos, y de introducir las nociones de irreversibilidad y de umbral. Se concluye entonces que el crecimiento económico planetario no puede ser ilimitado.
Para una crítica de la sostenibilidad débil, ver J. M. Harribey, Le développement soutenable, Paris, Economica, 1998 ; Economie et écologie, en ATTAC, Une économie au service de lhomme, Paris, Ed. Mille et une Nuits, 2001, pp.221-248; La financiarisation de léconomie contre la soutenabilité? Examen de quelques modèles http://harribey.montesquieu.u-bordeaux.fr/travaux/finance-insoutenable.pdf El protocolo elaborado en Kyoto en 1997 para reducir la emisión de los gases de efecto invernadero, responsables del recalentamiento climático, y que condujo al acuerdo de Marrakech en el año 2001, tiene problemas abiertos. Los Estados Unidos han rechazado comprometerse a pesar de que son los primeros contaminadores del planeta. Todos los países ricos han obtenido arreglos concernientes a sus obligaciones a cambio de una hipotética ayuda a los países pobres para que éstos inviertan en procedimientos de fabricación no contaminantes. El reparto de los permisos de emisión se hará por medio de un mercado que funcionaría como una bolsa especulativa. En resumen, la búsqueda del beneficio conduce a la devastación del planeta y el mercado es el encargado de remediar la situación. Es como si se le confiara las llaves de la casa al ladrón o la caja de cerillas al pirómano.
Los problemas del desarrollo La fase de preparación de la conferencia de Johannesburgo culminó con el encuentro de Monterrey, Méjico, del 18 al 22 de marzo del 2002. Un consenso de Monterrey ha sido negociado entre bambalinas y presentado como marcando el inicio de una nueva colaboración solidaria entre los países ricos y los países pobres con el fin de resolver el problema de la financiación del desarrollo.
El documento adoptado es un monumento a la hipocresía. Reafirma todos los dogmas liberales que han conducido al desastre a numerosos países en el curso de los veinte últimos años: hace falta un buen gobierno, sobreentendiendo con ello austeridad presupuestaria y salarial; y es necesario inscribirse en el libre-cambio generalizado, sobreentendido la competencia entre el recipiente metálico y el recipiente de barro. Nada se dice sobre casi tres decenios de planes de ajuste estructural que ponen de rodillas a los países sometidos a los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, sobre la acumulación de la deuda a causa de las exorbitantes tasas de interés y sobre las graves crisis sociales debidas a esta sumisión, de lo que Argentina es hoy el último ejemplo.
Olvidando y queriendo hacer olvidar que ellos han sido los sepultureros, los dirigentes de las grandes instituciones financieras ahora se exhiben como los nuevos caballeros blancos de la defensa de los oprimidos. Michel Camdessus, que dirigió el FMI de 1987 a 2000 (el período más negro de los planes de ajuste estructural), difunde ahora la buena nueva, prometiendo una mundialización con rostro humano (3) mientras que rechaza la anulación de la deuda del Tercer Mundo (4). Llama a los países pobres a integrarse en la economía mundial, pues un país que despega es un mercado que se abre a nuestros productos(5). El cinismo ocupa el lugar de la política. Habiendo aprobado en su tiempo todos las negativas a compromisos en favor de un aumento de la ayuda a los países pobres, sermonea hoy a los gobiernos para que respeten la palabra dada. Su sucesor a la cabeza del FMI, Horst Köhler ha declarado: Los argentinos no saldrán adelante sin dolor(6). La política de lo peor, mezclada con un poco de compasión hipócrita y despreciativa, reemplaza la moral.
Escuchemos otra vez al Sr. Camdessus, buen apóstol: El éxito social de las políticas de desarrollo, es decir, la participación de todos en el proyecto colectivo, la transparencia, la reducción de las desigualdades, es también una condición para que puedan tener éxito las políticas de rigor.(7). Sangría y purga, únicos remedios conocidos por los terapeutas liberales. Sangría para las víctimas de hemorragias. Purga para los enfermos de disentería. Pues no se llegará sin dolor a humanizar la mundialización(8). Es el refrán de los integristas de la religión liberal que piensan que los países pobres tienen problemas de desarrollo. ¿Y si el desarrollo no fuera la solución sino, precisamente el problema? El desarrollo es un problema Dos razones pueden justificar esta inversión del problema. En primer lugar, el tipo de desarrollo que prevalece en el mundo es el que nació en occidente, impulsado por la búsqueda del beneficio con vistas a acumular capital, y que hoy se salda con una gran degradación de los ecosistemas, con una agravación considerable de las desigualdades, con la exclusión de una mayoría de seres humanos de la posibilidad de satisfacer sus necesidades más elementales como la alimentación, la educación y la salud, y con la aniquilación de modos de vida tradicionales. En segundo lugar, imponiendo este desarrollo al planeta entero, el capitalismo produce una desculturación de masas: la concentración de las riquezas en un polo provoca el espejismo de una abundancia inaccesible a millares de seres situado en el otro polo y cuyas raíces culturales, de las que extraían el sentido de su existencia y su dignidad, son destruidas poco a poco. (Ver el cuadro Crecimiento y desarrollo).
Crecimiento y desarrollo Los teóricos del desarrollo económico han afirmado siempre, casi unánimemente y siguiendo a François Perroux, que el crecimiento era una condición necesaria pero no suficiente del desarrollo humano. Su razonamiento sufre de una debilidad lógica grave: no se puede pretender simultáneamente que el crecimiento y el desarrollo se diferencian por los aspectos cualitativos que el segundo concepto comporta -el crecimiento no sería pues una condición suficiente del desarrollo- y, a su vez, decir que a partir de un cierto umbral de crecimiento éste engendra, por un efecto de difusión, consecuencias benéficas para todos los seres humanos, siempre y cuando éstos últimos sepan ser pacientes y tener confianza: el crecimiento, condición necesaria, se transformaría con el tiempo en condición suficiente del desarrollo. La distinción entre las dos nociones pierde entonces su objeto.
Por no haber sabido ni querido establecer una línea de demarcación clara entre, por una parte, un desarrollo sostenible que sería una prolongación del desarrollo capitalista existente desde la revolución industrial, simplemente mezclada con algunas actividades de descontaminación (tanto más prósperas en tanto que proliferarían a la sombra de la contaminación), y, por otra parte, un desarrollo humano disociado del crecimiento puesto que las necesidades esenciales estarían satisfechas, los promotores internacionales del desarrollo sostenible se han dejado instalar en una ambigüedad cuyo riesgo es ver reducido ese concepto a una nueva vestimenta ideológica de ese desarrollo, derrochando los recursos naturales y ridiculizando la dignidad humana.
O una cosa u otra. O el desarrollo y el progreso humano son consecuencia, si se sabe esperar suficientemente, del crecimiento, y entonces la distinción entre crecimiento y desarrollo no tiene razón de ser ya que el crecimiento es una condición suficiente del desarrollo. En este caso, el crecimiento del Producto Interior Bruto per capita, o cualquier otro indicador derivado de éste, es verdaderamente el único indicador pertinente de la mejora del bienestar y debemos humildemente abandonar las críticas en su contra. O bien el desarrollo y el progreso humano no resultan automáticamente del crecimiento y, entonces, la asociación crecimiento-desarrollo-progreso humano debe romperse sobre el plano teórico.
¿Hay que deducir que es necesario terminar, de una vez por todas, con el desarrollo(9), como sostiene Serge Latouche, porque no puede ser otra cosa que lo que ha sido?. La cuestión no puede ser resuelta tan fácilmente por varias razones. La primera tiene que ver con el hecho de que, a la vista de la extensión de las necesidades primordiales insatisfechas por una buena parte de la humanidad, los países pobres deben poder contar con un tiempo de crecimiento de su producción. En este sentido, es falso oponer cantidad producida y calidad puesto que para hacer desaparecer el analfabetismo, hay que construir escuelas, para mejorar la salud, hay que construir hospitales y canalizar el agua potable, y para volver a encontrar una autonomía alimenticia suficiente, deben promoverse producciones agrícolas de víveres que respondan a las necesidades locales.
La segunda razón por la que la noción de desarrollo no puede ser eliminada sin más es que la aspiración a una mejora del bienestar material se ha convertido en una aspiración global en el mundo. Y sería un error que los occidentales ilustrados contestaran la legitimidad de ello so pretexto de que esta aspiración no sería más que el resultado de la interiorización por parte de los pueblos dominados, de los valores de los pueblos dominantes, contribuyendo así a reproducir los mecanismos del dominio. Es cierto que la imitación del desarrollo occidental por todos los pueblos del mundo, por una parte, condena a esos pueblos a correr permanentemente detrás de sus modelos, ya que el modo de vida despilfarrador de los ricos no es generalizable, y, por otra parte, conduce al planeta mismo a un deterioro inexorable. Pero, ¿en nombre de qué se puede dejar al 20% de los habitantes de la Tierra seguir acaparando el 80% de los recursos naturales?. Por tanto, es urgente presentar el problema de otra manera.
Dos trampas semánticas deben ser esquivadas como si fueran dos escollos.
La primera sería sentirse satisfechos con el concepto, convertido en un lugar común, de desarrollo durable o sostenible. Si se trata de mantener aún el desarrollo que dura ya dos siglos y que degrada a los hombres y a la naturaleza, más vale decir que se trata de un oxymorón** mistificador(10) pues, o bien el desarrollo es posible solamente para una minoría cada vez más reducida, o bien no es posible para nadie desde el momento en que se quiere extenderlo a todos. En el primer caso, es explosivo socialmente; en el segundo lo es ecológicamente. En los dos casos es mortífero pues el capitalismo solamente puede desarrollar su dinámica de apropiación de las riquezas naturales y de las riquezas producidas enrareciendo los recursos limitados y reforzando la explotación de la fuerza de trabajo.
El segundo escollo sería equivocarse a propósito de la naturaleza del desarrollo. El desarrollo, cuyos desastrosos resultados vemos hoy y cuyos peligros percibimos si tuviera que mantenerse, no es simplemente el productivismo engendrado por el torbellino técnico y la embriaguez científica o cientifista. No es tampoco el resultado de un economicismo que sería común a todos los sistemas de pensamiento, y que no necesitaría dar la razón ni al liberalismo ni a la crítica de éste. El desarrollo conocido hasta ahora está históricamente ligado a la acumulación capitalista en provecho de una clase minoritaria. Igualmente, su otra cara, el subdesarrollo, tiene vínculos con los objetivos imperialistas del capital, especialmente en su fase de acumulación financiera actual.
Disociar la crítica del desarrollo de la del capitalismo, del que es soporte, sería equivalente a disculpar a este último de la explotación conjunta del hombre y de la naturaleza. Ahora bien, sin la primera (la explotación del hombre), el sistema no hubiera podido sacar partido de la segunda(la explotación de la naturaleza); sin la segunda, la primera no hubiera tenido ninguna base material. De lo que resulta que salirse del desarrollo sin hablar de salirse del capitalismo es un lema no solamente erróneo sino además mistificador. Y, por tanto, la noción de post-desarrollo no tiene ninguna fuerza si éste no es, simultáneamente, un post-capitalismo(11). Separar las dos superaciones es tan ilusorio como querer salir de la economía(12) de la que algunos dicen que no podría ser diferente de lo que es, o como construir una economía plural(13) casando capitalismo y solidaridad.
Lo que precede no es una simple discusión teórica. Tiene una importancia práctica primordial. Si se cuestiona el capitalismo y el desarrollo que le es consubstancial, se procede a un análisis de clase y se establece entonces una distinción radical entre las necesidades de los explotados, de los náufragos, de los pordioseros, simplificando, de los pobres, y las necesidades de los explotadores, de los dominantes, de los despilfarradores, resumiendo, de los ricos de este planeta. Así pues, el proyecto de abandonar el desarrollo sin tocar su matriz histórica capitalista está cojo(14) y el proyecto del abandono del desarrollo sin matizaciones, poniendo a todo el mundo al mismo nivel, metiendo en el mismo saco a aquellos que deben elegir entre morir de sed o beber agua estancada y aquellos para quienes el dilema se resume en comprar acciones de Microsoft o de Vivendi, es irresponsable, indecente y, además, irrealista.
¿Un poco de aire fresco?
De ahí la idea de un desarrollo diferenciado en su objeto, en el espacio y en el tiempo: -en su objeto: hay producciones que merecen ser desarrolladas en el mundo, principalmente aquellas que apuntan a la satisfacción de necesidades vitales, sobre todo en materia de educación, de higiene y de salud, de energías renovables y de transportes económicos; otras producciones, en cambio, deben ser limitadas y luego reducidas, siendo la agricultura intensiva delirante, el automóvil y el conjunto del sistema automóvil los mejores ejemplos; la reorientación de la producción concierne a los países pobres y a los países ricos.
-en el espacio: los países pobres deben poder beneficiarse de un crecimiento dinámico para responder a las necesidades de una población que conocerá, todavía durante algunos decenios, una expansión importante; los países ricos deben comenzar una desaceleración de su crecimiento económico global buscando modos de reparto de las riquezas mucho más equitativos y una utilización de todas las ganancias de productividad para reducir el tiempo de trabajo desde el momento en que las necesidades -no confundir con los deseos- están satisfechas.
-en el tiempo: la desaceleración inmediata del crecimiento por parte de los países ricos, simultáneamente reorientada, debe ser concebida como una fase de transición dando a las poblaciones el tiempo, y las ganas, de reconstruir su imaginario, modelado por dos siglos de mito de la abundancia e interiorizado hasta tal punto que hace de él un eslabón esencial de la cadena de su servidumbre involuntaria(15); solamente después de esta fase de transición se podrá comenzar a plantear cómo organizar el decrecimiento(16), lo único que puede garantizar una sostenibilidad a largo plazo.
En términos socio-económicos, ese desarrollo diferenciado, para que a final de cuentas sea radicalmente diferente, supone una reapropiación y un reparto colectivos de las ganancias de la productividad, que el conocimiento y la técnica humana permiten, y su utilización con la finalidad esencial de mejorar la calidad de vida. (Ver el cuadro sobre Productivismo y productividad). Esta reapropiación se suma a otra que un verdadero progreso humano implica igualmente: la de los bienes comunes de la humanidad constituidos por el agua, el aire, todos los recursos naturales y los conocimientos. Dicho de otra manera, estos dos aspectos pueden resumirse como la reapropiación colectiva de las riquezas producidas, de las riquezas naturales no producidas y de las capacidades y potencialidades del espíritu humano. La preservación y la extensión de un espacio no mercantilizado en la sociedad toman aquí todo su sentido.
Productivismo y productividad Existe una confusión con respecto del productivismo. éste es definido muy a menudo (en particular por numerosos ecologistas) como la producción sin otra finalidad que ella misma. Ahora bien, el productivismo no es la producción incesante de valores de uso sino de valores mercantiles susceptibles de valorizar el capital. La prueba de esto es que los propietarios del capital dejan de invertir cuando las perspectivas de beneficios se reducen. De lo que se desprende que la renuncia al productivismo no es un renuncia al progreso, ni siquiera al crecimiento de ciertas producciones indispensables.
De la misma manera, la búsqueda de la mejora de la productividad no debe ser confundida con el productivismo. Esta búsqueda puede ser considerada como la aplicación de la regla del menor esfuerzo, y ser fomentada a condición de que sean respetados tres aspectos: - sin intensificación del trabajo; - sin deterioro del empleo; - sin degradación suplementaria del medioambiente.
Los liberales se defienden de la acusación de querer instaurar derechos de propiedad privada sobre el aire organizando un mercado de permisos de emisión de gases de efecto invernadero porque, dicen, los permisos no tienen más que una duración de validez limitada, porque no son transmisibles fuera de la venta en el mercado, y porque lo que se convierte en mercancía no es el bien medioambiental en sí mismo, sino el derecho de utilizarlo. Ahora bien, precisamente el derecho de uso incorporado a los permisos equivale a un derecho de propiedad temporal sobre el medioambiente. Además, hagamos hincapié sobre la paradoja siguiente. Los permisos de emisión representan, desde luego, una restricción de la autorización a contaminar en relación a esa otra situación en la que no interviene ninguna reglamentación y la apropiación individual del medioambiente es total. Pero la colectivización del derecho de uso del medioambiente introducida por los permisos de emisión viene acompañada de una restricción de ese derecho solamente para aquéllos que pueden pagar el precio. Esto es, ni más ni menos, que el principio de la privatización. Por último, hay que remarcar la contradicción del razonamiento liberal que rechaza el reproche de crear derechos de propiedad privada sobre los elementos naturales tras haber explicado previamente que si éstos no tenían precio era, precisamente, a causa de la ausencia de derechos de propiedad.
Dos reglas deben ser observadas para una eventual utilización de los instrumentos económicos de gestión ecológica. La primera es la de rechazar toda decisión en función de la maximización de la utilidad puesto que esta noción es absurda: asocia un principio de cálculo a un concepto puramente cualitativo, la utilidad. La segunda regla es la de disociar mercantilización y monetarización. La mercantilización implica la monetarización (esta última es condición necesaria de la primera) pero lo inverso no es cierto.
De esto se sigue que sólo hay que rechazar categóricamente la mercantilización pues ésta no puede significar más que apropiación privada. En cambio, puede existir lugar para la utilización de instrumentos monetarios de gestión. Pero, en lo que respecta la naturaleza, la implementación de tasas (juicio cuantitativo) debe ser subordinada a la adopción de normas colectivas o a transformaciones estructurales, por ejemplo, sobre el tipo de infraestructuras de transporte (juicio cualitativo). No servirá de nada imponer una tasa sobre el transporte por camión si no se organiza y desarrolla simultáneamente una red de transporte ferroviario.
Los precios de los elementos naturales no son, pues, precios económicos (una ecotasa no representa en ning\u250ún caso un valor de la naturaleza) sino precios políticos. Un mercado de derechos de contaminación es, por tanto, un absurdo porque, incluso si los intercambios de permisos ven la luz del día, no se tratará de un verdadero mercado, ya que no podrán existir sin autoridad pública internacional reguladora y coercitiva. Será simplemente un instrumento de reparto, al mejor postor, de los derechos de uso del medioambiente. El reparto de estos derechos debe pues organizarse no sobre bases económicas sino sobre bases políticas de las cuales la primera sería un derecho de uso igual para todos los seres humanos.
El fundamento de esta última afirmación es la constatación de una radical incompletud del mercado. Ya sea porque la libre circulación de capitales en los mercados financieros porta en sí misma la crisis financiera, ya sea porque las externalidades son por definición inasimilables por el mercado, la relación mercantil es incapaz de gestionar de manera satisfactoria el conjunto de cuestiones sociales, ecológicas e, incluso, económicas, de una sociedad. Si hiciera falta resumir esta imposibilidad, esta irremediable ineptitud del mercado para engendrar una sociedad, podríamos referirnos a la vez a Marx y a Polanyi, el primero por su crítica de la mercancía y de la violencia con la que se conduce el proceso de mercantilización y el segundo por su crítica de la ficción consistente en creer que se pueda considerar al trabajo, la tierra y la moneda como mercancías(17).
El concepto de sostenibilidad nació bajo el doble signo de la regresión de la pobreza y de la preservación de los ecosistemas para garantizar la justicia respecto de las generaciones actuales y futuras. Se convierte en creíble y operacional si se respetan tres principios: responsabilidad con respecto de los sistemas vivos, solidaridad con respecto de todos los seres humanos y economía de los recursos naturales y del trabajo humano.(18) El régimen de acumulación financiera que prevalece en el mundo hace imposible la sostenibilidad porque tiende a incrementar constantemente el nivel de exigencia de rentabilidad exigido por los poseedores del capital. De esto no puede resultar más que un debilitamiento de la posición de los trabajadores (insostenibilidad social) y una dificultad creciente para invertir en procesos de producción no destructores (insostenibilidad ecológica).
El proyecto de desaceleración inmediata del crecimiento de los países hiperdesarrollados para, a medio plazo, afrontar el decrecimiento, no es realizable más que si las desigualdades han decrecido muy fuertemente en su interior, permitiendo entonces la disminución de las desigualdades entre las clases pobres de los países pobres y el resto del mundo (19).
Es mantener lo indispensables que son los medios de financiación para los países pobres y, sobre todo, la anulación de sus deudas, pero que distan mucho de resolver la cuestión principal y, mucho peor, podrían disimularla Puesto que otro progreso humano (que se duda, por supuesto, en llamar desarrollo, a la vista de las connotaciones del concepto) está vinculado a la emergencia y satisfacción de otras relaciones sociales.
La transformación de las relaciones sociales es inseparable de la transformación de nuestras relaciones con el mundo de lo viviente(20): reapropiarnos nuestro tiempo de vida gracias a las ganancias de productividad repartidas con justicia, es el mismo combate que el que llevamos adelante para no permitir que nos desposean del bien común de la humanidad y para que hagamos de él un uso razonable, es decir económico ¿Han dicho otra relación social? ¿Diferente que el capital, entonces? Para respirar un poco de aire frescoS
Notas
* Leon Walras economista francés (1834-1910). Creó la economía matemática, contribuyó a introducir el cálculo al margen y es considerado, con su sucesor Pareto, como el jefe de la escuela de Lausanne (escuela que desarrolló un modelo de equilibrio general). [NdT] ** Oxymorón: figura de estilo, unión de palabras en apariencia contradictorias. Ejemplo una resplandeciente obscuridad [NdT]

(1) Informe Brundtland, Notre avenir à tous, Montréal, Fleuve, 1987. p.51.
(2) Recordemos lo que escribía L. Summers en 1991 : Los países poco poblados de áfrica están muy poco contaminados. La calidad del aire en esos países es de un nivel inútilmente elevado con respecto de Los ángeles o México (S) Hay que fomentar una migración más importante de las industrias contaminadoras hacia los paìses menos avanzados (S) y nos preocupamos más de un factor que agrave los riesgos de cáncer de la próstata en un país donde la gente vive lo bastante como para contraer esta enfermedad, que en otro país donde doscientos niños sobre mil mueren antes de haber alcanzado la edad de cinco años.(S) El cálculo del coste de una contaminación peligrosa para la salud depende de los provechos absorbidos por el crecimiento de la morbilidad y de la mortalidad. De este punto de vista, una cierta dosis de contaminación debería existir en los países donde este costo es el más bajo, dicho de otro modo, donde los salarios son los más bajos. Pienso que la lógica económica que exige que masas de desechos tóxicos sean vertidos allí donde los salarios son más bajos es imparable. Extractos citados por The Economist, 8 de febrero de 1992 y por Financial Times, 10 de febrero de 1992, reproducidos por Courrier International, n° 68, 20 de febrero 1992 y retomado por E.
Fottorino, Lécologie pour le dévelopment, Le Monde, 19 de mayo de 1992.
(3) M. Camdessus, Humaniser la mondialisation, Sud-Ouest, 17 de octubre 2000. Palabras recogidas por B. Broustet.
(4) M. Camdessus, Conferencia en el Ateneo de Burdeos, 27 de mayo 2000.
(5) M. Camdessus, Tenir la parole donnée, Sud-Ouest Dimanche, 7 de abril 2002.
(6) H. Kôhler, Le Monde, 23 de enero 2002.
(7) M. Camdessus, Coupons la dette en deux , Sud-Ouest, 27 mai 2000, palabras recogidas por P. Meunier, subrayado mío.
(8) M. Camdessus, Humaniser la mondialisation, op. cit.
(9) S. Latouche, Les mirages de loccidentalisation du monde: En finir, une fois pour toutes, avec le développement, Le Monde Diplomatique, mayo 2001.
(10) Esta idea es defendida con razón y desde hace tiempo por S. Latouche quien la retoma en A bas le développement durable ! Vive la décroissance conviviale !, Silence, n° 280,febrero 2002; el mismo texto figura en F.
Partant, Que la crise saggrave !, Paris, LAventurine, 2002 (1era ed.), Solin, 1979. Prefacio de J. Bové, postfacio de S. Latouche.
(11) He desarrollado este punto en J.M. Harribey, Léconomie économe, Le développement soutenable par la réduction du temps de travail, Paris, LHarmattan, 1997; Marxisme écologique ou écologie politique marxienne, in J. Bidet, E. Kouvelakis (dir.), Dicctionnaire Marx contemporaine, Paris, PUF, 2001, pp. 183-200; La démence sénile du capital. Fragments déconomie critique, Bègles, Ed. du Passant, 2002.
(12) A. Caillé Sortir de léconomie, en S. Latouche (dir), Léconomie dévoilée. Du budget familial aux contraintes planétaires, Paris, Ed.
Autrement, n°159, 1995.
(13) Ver mi critica en La démence sénile du capital, op. cit.
(14) La hipótesis subyacente a mi argumentación es que, si el capitalismo tiene forzosamente necesidad del desarrollo, lo contrario no es cierto.
(15) A. Accardo, De notre servitude involontaire. Lettre à mes camarades de gauche, Marseille, Agone, Montréal, Comeau & Nadeau, 2001.
(16) N. Georgescu-Roegen, La décroissance : Entropie-Ecologie-Economie, Paris, Sang de la terre, 1995.
(17) K. Marx , Le Capital, Livre I, Paris, Gallimard, La Pléiade, tome 1, 1965 ; K. Polanyi, La grande transformation, Aux origines politiques et économiques de notre temps, Paris, Gallimard, 1983, capítulo 6.
(18) He desarrollado este punto en Léconomie économe, op. cit.
(19) Ver Léconomie économe, op. cit.
(20) R. Passet, Léconomique et le vivant, 2e éd., Paris, Economica, 1996.



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