ANTROPOSMODERNO
La postmodernidad y relativismo
Jolanda Ruiz

Las nuevas tecnologías, la postmodernidad, nos han devuelto al punto de partida, desaparecen los pilares de la modernidad para reaparecer como meros objetos decorativos, lo esencial se trivializa en tono burlesco e irreverente porque nada es más factible de ser ironizado que el deseo de permanencia.

Imprimir el artículo  |  Volver al Home




La postmodernidad y relativismo

Jolanda Ruiz

La postmodernidad no emerge del vacío histórico, ni por generación espontánea, sino como consecuencia lógica de unos determinados condicionantes sociopolíticos, así como de la influencia que la incursión de los avances tecnológicos han supuesto en el pensamiento y en nuestra cotidianeidad, no descubro nada nuevo diciendo esto, lo sé, pero me sirve para apuntar en una dirección concreta: el cambio que dicha tecnología ha revertido sobre las relaciones, sobre la comprensión del entorno y sobre el propio concepto del yo y de la identidad. Frente a la multiplicidad, a la saturación, como diría Gergen, lo esencial se diluye. Frente al descubrimiento de la construcción ”todo lo sólido se desvanece en el aire", la estabilidad que proporciona la referencialidad hace aguas y paradójicamente nos saca del engaño de lo seguro, de lo permanente, de conceptos que en sí mismos son absolutamente opuestos a nuestra naturaleza biológica y nos devuelve, en su ataque contra cualquier esencialismo, a nuestra propia esencia: el cambio y el constante movimiento. Nada en nosotros es estable, perdurable, ni en nosotros ni en el entorno salvo la tendencia al equilibrio entendida como movimiento.
Sin embargo, parece innegable que el ser humano busca incansablemente alejarse de tal inestabilidad, desprenderse de todo aquello que le recuerde su carácter efímero y nos empecinamos en ordenar la realidad, en dotarnos de un sentido y finalidad objetiva que genere puntos de apoyo constantes, sólidosâ?¦que terminan por desmoronarse una y otra vez.
Las nuevas tecnologías, la postmodernidad, nos han devuelto al punto de partida, desaparecen los pilares de la modernidad para reaparecer como meros objetos decorativos, lo esencial se trivializa en tono burlesco e irreverente porque nada es más factible de ser ironizado que el deseo de permanencia.
Por tanto, no es conveniente minimizar su proyección, lo que aporta de significativo, el hecho de la no aceptación de verdades absolutas, ésta nueva postura relativista ofrece la posibilidad de cuestionar lo incuestionable, de dudar, de modificar. La realidad aparece por primera vez como un corpus plástico, moldeable, adaptable, no como una masa compacta, permanente, e inalterable, a la par que posibilita un desmitificador revisionismo histórico en el que adoptar, reconstruir y reformular en nuevos términos conceptos tradicionalmente pactados.
Sin embargo, movernos en los parámetros de esta perspectiva lúdica, la asunción que nuestra realidad está sujeta a una serie de reglas estructurales que poco tienen que ver con la posibilidad de una percepción objetiva, no resulta un ejercicio sencillo para el ser social orientado en la consecución de una verdad científica y universal. Esta controversia creada en el descubrimiento de una inexistente esencialidad más allá de la esencia del propio cambio, genera un desconcierto constatable en la vida de lo cotidiano, sin referentes, sin esencias, el relativismo se convierte en arma de doble filo. Si por un lado nos libera de todo aquello que encadena y somete la conducta del ser social, a su vez facilita un sustrato para todos aquellos que, durante los periodos previos a la postmodernidad, no alcanzaban una valoración positiva dentro de los valores y reglas establecidos.
La supuesta ausencia de valores descriptivamente conceptualizados, la incertidumbre momentánea a la que el yo se ve sometido, favorece la legitimidad de lo ilegítimo, la justificación de lo injustificable. Los contra valores de la modernidad encuentran amparo en la legalidad de lo relativo, en la tolerancia, en el uso legítimo de los derechos liberales que los detractores de la postmodernidad manipulan impunemente. En el siglo XVIII, ser tildado de cobarde, conducirse en contra de la razón o de unos derechos humanos era motivo para la exclusión, en la postmodernidad, los excluidos de la modernidad, encuentran nuevos derechos, legítimos valores para justificar el miedo, la cobardía y la no intervención. Frente a los que reivindican un cambio, una participación, la revisión activa de la sociedad, emerge el, anteriormente marginado, colectivo de los temerosos, que amparados en derechos como la no acción, derecho al silencio, derecho a la permanencia, perpetúan un debilitado status quo. En un momento social de cambio, donde la reconstrucción de la realidad es el único valor existente, en el que se hace necesario el activismo y la resistencia, el cobarde se siente agredido, sin un lugar donde esconderse fuera de la escena pública y busca desesperadamente su justificación en la propia legitimidad del relativismo.
No es por tanto, dicho relativismo la causa que impide el desarrollo y cambio de la estructura social, sino el uso tergiversado y manipulado que de él puede hacerse.



Volver al Home