ANTROPOSMODERNO
Por Luis Gregorich
Luis Gregorich

El pasado, como se sabe, es a la vez una imborrable sucesión de hechos y una construcción imaginaria. La especie humana ha sido castigada (o recompensada) ...

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Por Luis Gregorich
Para La Nación

El pasado, como se sabe, es a la vez una imborrable sucesión de hechos y una construcción imaginaria. La especie humana ha sido castigada (o recompensada) con la imposibilidad de vivir en un eterno presente. El pasado personal y el histórico la acosan con improbables ajustes de cuentas. Para afrontarlos, se suelen esgrimir recursos insuficientes: la reelaboración melancólica, el olvido selectivo, la enfática autoexculpación.

Tanto en nuestra memoria individual como en la memoria colectiva sobreviven situaciones emblemáticas, coágulos difíciles de disolver por la mera acción del tiempo. La Segunda Guerra y (sobre todo) el Holocausto siguen constituyendo un abismo de horror y absurdo que la que se llama a sí misma civilización occidental no termina de saldar. Y más cerca, para los argentinos, los miles y miles de desaparecidos causados por una salvaje represión continúan desafiando nuestra racionalidad.

El arte de buena ley (llámese literatura, cine, música, pintura o teatro) no brinda coartadas ni calma los nervios, pero es capaz de formular nuevas preguntas y de estimular la reflexión. Tales cualidades aproximan a un escritor alemán de casi sesenta años y a una cineasta argentina con la mitad de su edad. No importa que uno ya sea un artista maduro y plenamente consciente de su oficio y la otra una joven creadora talentosa que apenas está iniciando su carrera. Ambos merecen ser frecuentados con atención.

De Bernhard Schlink, escritor y juez, que por su profesión -sus profesiones- vive repartido entre Berlín y Bonn, pueden encontrarse hoy en Buenos Aires dos libros: la novela El lector (agotada por mucho tiempo y ahora nuevamente disponible, gracias a una reimpresión local) y el más reciente tomo de relatos Amores en fuga , sin duda en este género uno de los libros más hermosos y significativos de los últimos años.

Schlink no es ni moderno ni posmoderno: es un narrador del nuevo mundo global, de la Europa transcultural e interracial a pesar suyo, con fronteras perforadas y a la vez con barreras económicas y sociales sin levantar, indagadora de sus raíces, pero con incesantes transfusiones exógenas. Como Claudio Magris en su razonada exploración del orbe de los Habsburgo, como W. G. Sebald en su arqueología fantástica y sus ficciones de caminante, como Roberto Bolaño en sus exilios y cruces entre Chile, México y España, Schlink es el escritor de una cultura y de una lengua, no de un país o una nación. Los personajes de Amores en fuga son retoños de la caída del muro de Berlín (y de la caída de las ilusiones posmuro), del trasvasamiento del Tercer Mundo al primero, del planeta interconectado por satélites y e-mails.

El lector , una narración engañosamente lineal, propone una versión de las secuelas del Holocausto compuesta por una historia de amor, un juicio y un largo encarcelamiento. En el comienzo -hacia 1960, en una ciudad alemana de provincias-, Michael, el protagonista y narrador, tiene quince años y se enamora violentamente de Hanna, una conductora de tranvía que le lleva veinte y de la que no sabe nada más. La minuciosa relación sexual y afectiva se complementa con una singular contraprestación pedagógica: Hanna pide a Michael que le lea en voz alta, y cada vez con mayor frecuencia, poemas, obras de teatro, novelas...

Antes de que pase un año, en forma repentina, Hanna desaparece de la ciudad, sin dejar rastros. Pasa el tiempo y ahora Michael es un estudiante avanzado de Derecho, que se prepara, en otra ciudad, para asistir a un juicio contra criminales de guerra nazis, en uno de los tantos casos de revisión del pasado que enfrenta Alemania. Las acusadas son ex guardianas de campos de concentración. Una de ellas es Hanna. Michael revive su propio pasado. Y descubre que Hanna tiene un secreto, y que preferirá ser encarcelada de por vida antes que revelarlo. Lo que queda es una larga prisión, el regreso de Michael a su papel de lector en forma de grabaciones que envía a la cárcel y, al fin, la trágica muerte de Hanna.

Como La educación sentimental , como Don Segundo Sombra , como El tambor de hojalata ,El lector es una novela de aprendizaje, en este caso de aprendizajes cruzados, en donde Michael aprende de Hanna y Hanna aprende de Michael y todos los que leemos -doblemente lectores- aprendemos de un lúcido debate acerca de la memoria, la dignidad y la regeneración.

Lean a Schlink y, sorprendentemente, potenciarán la posibilidad de disfrutar -otra vez, en forma reflexiva- de Los rubios , el film documental de Albertina Carri que hace unas pocas semanas se ha estrenado en Buenos Aires. Los rubios enfoca nuestro Holocausto; su título se refiere al apodo de los padres de Albertina, dos desaparecidos de la década de los 70. Por medio de testimonios, imágenes, objetos significativos y el propio oficio cinematográfico mostrado como ambiguo instrumento en busca de verdad, la directora emprende una construcción del pasado que no se clausura ni se canoniza.

Lo que aquí convence y conmueve es la austeridad, la negativa a refugiarse en una autoconmiseración maniquea, una cierta alegría mezclada con el dolor, al restituir los perfiles concretos, no exentos de asperezas, de los padres. En un medio acostumbrado a los guiones ultrarreferenciales y explicativos, gracias a los cuales nos enteramos durante los primeros cinco minutos de película acerca de todo lo que concierne al estado civil, la ideología, las simpatías futbolísticas y los platos preferidos de los personajes, la directora opta por confiar en la inteligencia del espectador y ofrecerle sólo pistas, huellas de un relato que se justifica por sí mismo.

El pasado seguirá presionando sobre el presente y extendiéndose hacia el futuro, más allá de nuestros gustos o decisiones. Los que conciban ese proceso como mera confrontación entre buenos y malos muchachos, como simple absolución o condena, abstenerse de frecuentar a Schlink y Carri. En cambio, háganlo sin vacilar aquellos que aún valoran la capacidad catártica, no adormecedora, del arte, y su invitación a seguir pensando la vida por encima de los prejuicios y la rutina.

El autor es escritor y periodista. Fue subsecretario de Cultura de la Nación.



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