ANTROPOSMODERNO
De mi vida (4)
Friedrich Nietzsche

-Mira por donde, ayer por la tarde hubo otra vez baño general. Las canoas estaban esta vez completamente sobrecargadas. Ahora tengo la historia de la literatura de Kletke; la vida de Jean Paul ha atraído poderosamente mi atención. Los fragmentos que he leído de su obra me han agradado muchísimo debido al vigoroso talento descriptivo que muestran, la delicadeza de pensamiento y el ingenio satírico que denotan. Creo que en años más maduros 42 Jean Paul será mi escritor favorito.

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27 de Agosto

-Mira por donde, ayer por la tarde hubo otra vez baño general. Las canoas estaban esta vez completamente sobrecargadas.
Ahora tengo la historia de la literatura de Kletke; la vida de Jean Paul ha atraído poderosamente mi atención. Los fragmentos que he leído de su obra me han agradado muchísimo debido al vigoroso talento descriptivo que muestran, la delicadeza de pensamiento y el ingenio satírico que denotan. Creo que en años más maduros 42 Jean Paul será mi escritor favorito.
-Adornaré ahora con un poco de fantasía algunos episodios de mi vida. El primero será:

I. Recuerdos de las vacaciones de verano

¡Verano 43! ésa es una palabra mágica para todos aquellos alumnos pfortenses, ansiosos de libertad, un Eldorado que nos consuela en la larga tra- vesía del gran océano del semestre escolar. Qué alegría cuando finalmente se grita: ¡Tierra, tierra! Entonces, llenos de júbilo, todos engalanan el barco de su ser; los viejos y queridos camarotes se adornan con guirnaldas de flores, que llevan escrita la palabra «esperanza» en cada una de sus hojas. ¿Quién será capaz de describir el sentimiento arrebatador, la conciencia orgullosa que nos eleva hacia las estrellas? No dejamos con llantos y suspiros los brazos de nuestra alma water; no, al contrario, nos sentimos tan libres y alegres como una alondra que surge de un mar de llamas y sumerge sus alas en el purpúreo y fluctuante ardor. Mas, ¿es esto libertad? Sólo cinco semanas podemos batir las alas por montes y valles, en la inmensidad del espacio; pero, luego, una podero- sa voz nos ordena volver de nuevo a los muros ancestrales y tenebrosos.
Cuando la risueña primavera esparce sobre los campos su divina caracola, cuando el sol abraza fogosamente la tierra, entonces germinan y brotan los retoños de mayo, sacuden en la aurora matutina sus doradas cabecitas plagadas de diamantes y se abren trémulos de placer, gloriosamente transfigurados. ¡Mirad! Surge la negra noche cerniéndose sobre la tierra anhelante con su bóveda tenebrosa, se desatan tormentas potentes plagadas de rayos que retumban entre las poderosas columnas de las paredes amenazando con hacerlas estallar. Entonces, se levanta Helios de su trono purpúreo -las potencias de las tinieblas se retiran- la diosa de la luz avanza cubierta con su manto luminoso sobre el puente cubierto de diamantes y sobre ella se cierra la puerta triunfal adornada de fulgores, pero los tiernos hijos de la primavera se hallan inmersos en la vigorosa visión, mientras que, sobre las flores dispersas, prevalece el dios triunfante.
Por eso, jovencito, no dediques el tiempo de tus vacaciones al trabajo, sino al dulce reposo, para que, asi, cuando se acerque la tempestad y los truenos anuncien el fin de la época de las rosas, puedas partir con ánimo sereno pero, ¡silencio! no soy de aquéllos que pueden ver cómo parte la primavera sin queja alguna, y no cabe en mi imaginación que alguien pueda querer encerrarse otra vez de buena gana. Mi máxima es, por lo tanto: disfruta la vida tal y como ésta se te presente, y no pienses en los pesares futuros44. éste es, en todo caso, el principio más grande y humano que he aprendido en Pforta. Cuando me atormentan amargos pensamientos y mi alma está consternada de nostalgia, cuando observo con melancolía cómo se desvanece la primavera y mi corazón sufre destrozado de profundo dolor, entonces serpentea aquel pensamiento cual guirnalda de rosas entre las ruinas del pasado, y yo... ¡juego a los bolos! Así, ¡adiós a los pensamientos de despedida de las vacaciones! Orgulloso y pleno de gloria de vivir te opones al prosaísmo de la vida, ¡y te llevas la palma concedida a aquél que mejor usó de las vacaciones!

II.

El sol se ponía cuando dejamos la tétrica Halle. Enseguida quedó atrás esta ciudad que, a pesar de que estaba muy animada, no me había producido buena impresión; sobre nuestras cabezas, el cielo dorado en donde ardían las llamas transfiguradas por el color de rosa; junto a nosotros se diseminaban los campos sobre los que se posaba la suave bruma del atardecer. ¡Oh, Wilhelm!, exclamé, ¿existe acaso un placer mayor que éste de atravesar así, juntos, el mundo? ¡La amistad, la fidelidad! ¡El hálito de la maravillosa noche estival, el perfume de las flores y el ocaso! ¿No se elevan tus pensamientos exultantes como la alondra hasta el trono de las nubes circundadas de oro? Mi vida descansa ante mí como un maravilloso paisaje a la luz del atardecer. ¡Cómo se agrupan los días ante mi vista, a veces envueltos en una luz tenue, a veces, refulgentes de gloria!
Entonces, un grito agudo laceró nuestros oídos; venía del cercano manicomio; nuestras manos se unieron fraternalmente con fuerza; era como si un espíritu maligno nos hubiese rozado con su hálito inquietante. No, jamás podrás sepa- rarnos, tan sólo la muerte. ¡Marchaos, presencias malignas! También en este mundo maravilloso existe lo malvado. ¿Pero qué es el mal?
Entretanto había caído la noche, las nubes formaban una masa compacta y oscura. Nuestros pasos se hicieron más apresurados, tampoco hablábamos ya entre nosotros. Los campos se tornaban cada vez más tenebrosos y, cuando nos internamos en el bosque, comenzamos a sentir una cierta desazón. Por eso nos agradó, al mismo tiempo que nos atemorizó un poco, observar una luz que, desde lejos, se acercaba hacia nosotros. Armándonos de valor, nos apresuramos a ir a su encuentro. Enseguida advertimos una oscura figura; al parecer, se trataba de un cazador. En efecto, un zurrón colgaba a su espalda y le seguía un perro que no cesaba de ladrar. Pero, cuando nos acercamos y pudimos ver los rasgos salvajes e inquietantes de su rostro, desapareció nuestro valor y, con voz trémula, le saludamos con un «buenas noches». Una voz de bajo profundo contestó a nuestro saludo; el extraño nos alumbró al rostro y, conteniendo a su perro que quería abalanzarse sobre nosotros, nos espetó: «¿qué es lo que hacéis a estas horas en el bosque, pilluelos?» No supimos muy bien qué contestar, y replicamos: «nos dirigimos a Eisleben, y confiamos poder alcanzar todavía esta noche nuestra meta». «La noche no es buena compañera, y andar tan solos es para unos pilluelos... Dejó la frase sin terminar y nosotros escrutamos ansiosamente su rostro. Sin embargo, exclamó riendo: «¡No tengáis ningún temor, yo os acompañaré!». Aunque al principio aceptamos su invitación con cierto reparo, a medida que su rostro adusto se nos fue haciendo más familiar, fuimos tomando confianza con él. La noche era oscurísima, pues las nubes opacas habían ocultado la luna; la linterna esparcía sus temblorosos haces hacia los árboles gigantescos. Se me ocurrió casi la idea de caminar hasta Deutschenthal y detenernos allí. En este lugar tenía yo un tío, pero sé que, una vez allí, no iba a dejarme partir tan pronto. Al fin, como por casualidad, pregunté por él, y aquel hombre me respondió mirándome: «Ah, ¿el señor le conoce?» Yo respondí: «Sí, un poco», y luego, cuando me preguntó que porqué no había ido a visitarlo, repliqué: «a la vuelta todavía me quedará tiempo para eso». Pero el viejo respondió sorprendido: «¿Y teniendo parientes aquí cerca habéis preferido andar de noche por caminos tan peligrosos?» «¿Peligrosos?»; exclamé, y mis ojos se volvieron a mirar los alrededores con temor, pero allí sólo había noche cerrada, negra noche. «¿Aún no habéis oído nada sobre las histo- rias de fantasmas de este bosque? Y, además, aquí suelen acampar bandas de gitanos». Le pedí que se callara, y proseguimos nuestro camino andando en medio de un silencio mortal. De repente, nuestro acompañante se llevó a los labios un silbato del que salió un agudo pitido. Le miramos espantados; enseguida notamos en el bosque mucho movimiento, aquí y allá brillaban antorchas, seres salvajes y amenazadores nos rodearon, perdí el conocimiento y ya no supe qué sería de mí.

III.

Cuando desperté, aún flotaban a mi alrededor aquellas terribles imágenes, pero pronto sentí una viva sensación que me reanimó y me serenó. Todavía me hallaba en Pforta, era la última mañana, en dos horas estaría en Naumburg. Los rayos del sol matutino entraban a raudales por la ventana; alegremente saludé la luz celestial que disipaba las tétricas imágenes nocturnas.- Pronto dejé atrás la pequeña portezuela y vertí una mirada de adiós sobre el vetusto y grisáceo edificio.
Luego penetré en el verde bosque. Siempre que me encuentro en el maravilloso templo de la naturaleza me sorprende la sensación de que nosotros somos los únicos para quienes ha sido creada tanta magnificencia; para nosotros se alza la multitud de bóvedas de sombra, y también para nosotros resplandece el sol y brilla la luna; el mundo entero me parece, desde esta perspectiva, un querido compañero con el que puedo intercambiar mis pensamientos y a quien añoro amargamente cuando se aleja de mí. Pero sin separación no existe la alegría del reencuentro; el sol tiene que hundirse en el mar, si es que al día siguiente debe producir nueva vida; así también nuestra vida tiene que marchitarse para que nos vivifique una resurrección espiritual.
Mi llegada a Naumburg fue acogida con alegría y alborozo; pasadas las primeras efusiones hablamos mucho, sobre todo de dónde viajaría yo durante las vacaciones; pensé: «tienes que visitar a un tío tuyo al que todavía no has visto», igual que sucedió en el sueño. Así es que, ajena, donde un pariente desempeña el cargo de burgomaestre. Pocos días después la resolución ya estaba madura; había llegado además la amable invitación del tío y, en un santiamén, me apresuré hacia el ferrocarril. El monstruo humeante se encontraba ya allí, y aún tuve tiempo de saltar a un vagón.

IV

Partimos raudos como una saeta, el maravilloso entorno pasaba rápidamente a nuestro lado como si de un mágico espectáculo se tratase. En cierto modo me gusta viajar en tren, aunque desde él sólo podemos percibir las imágenes de forma instantánea; pero así es también nuestra vida, nada más que un viaje de paso, sin nada que permanezca y con el que podemos darnos por satisfechos si se nos muestra con sus mejores tonos. Viajar en un vagón carece de poesía; cuando nos hallamos sumergidos en profundos pensamientos, se produce de pronto una sacudida, un zarandeo que confunde por completo nuestra mente. Aunque si se va a pie, también sucede a menudo que una impresión sublime es deshecha por los diversos avatares inherentes al acto de caminar. También apa- reció ante mi vista la vieja Pforta, pero no tuve deseos de viajar allí, ¡aún tiene que aguardarme por lo menos cuatro semanas! Enseguida tuvimos ante nosotros el Rudelsburg, el viejo Samiel nos hizo señas con un pañuelo, invitándonos a visitarlo. La comarca es en aquel punto verdaderamente maravillosa; el valle parece una alfombra de flores sobre la que serpentea una culebra de plata. Los grisáceos centinelas del pasado contemplan mudos la nueva vida que se extiende ante ellos. En Apolda dejé el vagón y subí al
ómnibus. Desgraciadamente, iba todo tan ocupado que sólo pude encontrar asiento en el pescante. Aquí hacía tanto calor (pues el sol había estado hasta entonces cubierto de nubes que, entretanto, habían desaparecido) y el sol quemaba tanto, que era como si quisiera abrasarnos. Lo mismo le sucede a un corazón que por todas partes se ve impedido, llega a inflamarse tanto que después se desborda sin respetar ninguna orilla. Al abandonar la calurosa carretera principal, el camino discurre entre dos cadenas montañosas que contrastan singularmente la una con la otra. Una de ellas está cubierta de bosques y de campos de labor, mientras que la otra se extiende árida y desolada. Su altura alcanza los 1000 pies, mientras que, detrás de Jena, el Fuchsturm se eleva hasta los 2000. Pronto la divisamos con sus campanarios y sus colinas. Me invade una sensación muy agradable cada vez que contemplo esta pequeña y bien situada ciudad universitaria. Tras pedir unas cuantas indicaciones, encontré la casa de mi tío. La amable tía me recibió muy calurosa- mente, lo cual hizo que enseguida me sintiera como en casa. El tío, a quien yo no conocía, tiene un carácter extraordinariamente afable, y procuró complacerme respondiéndome con esmero a todo aquello que le preguntaba. Tan bien me encontraba allí, tan interesante me parecía todo, que difícilmente cabía imaginar dónde hubiera podido pasar unas vacaciones más apacibles. La primera mañana fui con el tío al Hausberg, en dónde se encuentra Ziegenhain con la Fuchsthurm [Torre del zorro]. Pude conocer Jena desde una perspectiva muy hermosa; por debajo de mí transcurría el Saale, ciñendo en parte la ciudad, que con sus angostas callejuelas y sus altos y picudos tejados tiene un aspecto anticuado, pero muy grato. El tío tuvo que ir al ayuntamiento y, mientras tanto, yo callejeé por la ciudad entreteniéndome en buscar las casas de personajes famosos, lo que me producía un gran placer. Hacia el mediodía fuimos al esta- blecimiento de baño y, acompañados de una canoa, nadamos Saale arriba, lo cual fue muy fatigoso. Después, el almuerzo nos supo estupendamente. Tras la comida acostumbro leer en la biblioteca del tío; allí encontré a Novalis (cuyos pensamientos filosóficos me interesan) Geibel, Redwitz, numerosos muestrarios, los poemas de Schiller comentados por Viehoff, etc. Por la tarde llega otra vez el tío y hacemos salidas a los alrededores. En primer lugar voy a contar la excursión a Kunitzburg. Tras haber dejado atrás el Jensig atravesando por los prados, enseguida aparecieron las ruinas de la fortaleza en la cima del monte. Como se nos había informado muy mal acerca del camino, no tardamos mucho en perderlo y tuvimos que proseguirlo con incontable esfuerzo aferrándonos como podíamos a los matorrales y a los arbustos. Por fin, ¡por fin! Yo sudaba amares, y he de confesar que nunca hasta entonces había sentido un cansancio tan grande. Por otra parte, el esfuerzo mereció la pena. El sol se ponía sobre nuestras cabezas en aquel momento; en el valle se esparcía aquí y allá la bruma. Es maravilloso poder entretenerse así entre las ruinas del pasado. A tra- vés de estas vetustas ventanas hace tiempo que se asomaron aguerridos caballeros y, desde aquí, asaltaban por sorpresa a los comerciantes que despreocupadamente navegaban por el río. Sin embargo, es muy difícil hacerse una idea justa de la Edad Media; siempre nos representamos la vida en aquel tiempo con exageración, o idealizada románticamente, o como una escoria de
impunidades, asesinatos y rapiñas. Cuando pienso en aquella época, imagino valientes caballeros que hacían morder el polvo a sus enemigos por la gloria de Dios y de su honor, que tan pronto tocaban la guitarra y dejaban oír sus dulces canciones a través de la noche, como se lanzaban a recorrer el mundo en busca de arriesgadas aventuras. Una famosa tortilla kunitzburguense nos sacó de la Edad Media y nos hizo volver otra vez a la más viva actualidad; el tiempo presente conquistó de nuevo sus derechos cuando por la noche, muertos de cansancio, nos retiramos a descansar.

V

El punto culminante de mi estancia en Jena lo constituyó, desde luego, el trato con los estudiantes. Ocurrió como sigue. Mi tío es, en cuanto que antiguo fundador de la asociación estudiantil «Teutonia», su miembro de honor. Como un consejero agrícola había cumplido una promesa regalando a la asociación cuatro toneles de vino, mi tío fue también invitado a la fiesta.
-Debo dejar por ahora la descripción de lo ocurrido y volver sobre algo de mi vida en Pforta. El domingo, día tres de septiembre, Krämer y yo disfrutamos de unas horas de libertad, desde la hora de la comida hasta las ocho de la tarde. En Naumburg fue todo muy bonito y agradable, sobre todo para Krámer, que acababa de aprobar su examen de bachillerato. Todos han aprobado excepto Neumann, un externo. El escrutinio se había efectuado el sábado anterior. Krämer nos habló del alborozo que- había causado la noticia, eclipsando toda otra alegría precedente. A la una y media fueron todos los bachilleres al refectorio, cada uno de ellos se llevó a dos o más alevines consigo, honor que yo también pude compartir. Entre otras cosas se comieron las famosas «albondiguillas de bachiller».
-Hace poco han estado mamá y la tía Ehrenberg a visitar al rector. Yo las conduje a ambas por todas partes. Cuando se despidieron, la tía me puso un tálero en la mano, lo que también fue muy agradable.
-El lunes hubo reemplazo de externos. En la merienda tuvimos dos vasos de vino y un buen pedazo de pastel. También se invitó a los externos al refectorio, honor que sólo se les concede en esta ocasión, en cuaresma y para la comida de los bachilleres.
-El miércoles se marchan nuestros bachilleres; hasta entonces están exlex, es decir, se les dispensa de cualquier actividad lectiva y de todo orden escolar. Viven muy cómodamente.
Cuando se hayan marchado, los miembros del coro haremos una excursión al Rudelsburg, lo cual me causa una gran alegría. Gracias a los bachilleres, el miércoles fue «día de sueño». A las nueve de la mañana se tuvo en el oratorio la ceremonia escolar en la que cada uno de ellos se despidió de la escuela con unas palabras. Creo que nunca reina un ambiente tan solemne entre los escolares como en este día. En nadie se observan rostros alegres, pues no hay ninguno de nosotros que no tengamos entre los que se despiden al menos un compañero al que nos una un tierno afecto. A la una aparecieron los dos carros de posta suplementarios de cuatro caballos que, además, iban acompañados de
dos monteros. Los postillones calzaban gruesas botas y vestían vistosos uniformes, y hacían las delicias de todos con sus cornetas y sus pésimos chistes. Finalmente aparecieron los bachilleres, que acababan de comer con sus tutores y de despedirse de ellos. Estaban muy nerviosos, pues todo giraba a su alrededor; la mayoría decía adiós a los amigos, a los íntimos, con besos y abrazos, y a los demás, dándoles la mano. Fueron unos momentos muy emotivos. La mayoría tenía lágrimas en los ojos cuando los que se iban, antes de partir, lanzaron todavía un «viva» a la escuela. También el profesor Buddensieg se hallaba muy afectado por la despedida de su fámulo, que había llorado mucho.
A las tres salimos hacia el Rudelsburg; el cielo y el camino eran maravillosos, y el panorama del valle que se divisaba desde allí, encantador. A pesar de que muchos de mis compañeros se quejaban de aburrimiento, para mí era imposible aburrirme en tal lugar. Interpretamos muchas canciones ante los numerosos forasteros que allí se encontraban. A las seis y media emprendimos el retorno. Como nos acompañaban muchas damas que también iban de regreso, cantamos de maravilla. El señor profesor Korsen estaba desacostumbradamente alegre, e hizo las delicias de todos con su terrible voz chillona y sus disparates. No llegamos a la escuela hasta las ocho menos cuarto, con gran irritación de todos los demás, que estaban esperando en el claustro desde las siete.
El domingo estuve en Ã?lmrich, a pesar de que una lluvia torrencial casi estuvo a punto de impedírmelo. Fue tan agradable que incluso encontré allí a tía Ida, de Pobles, que visitaba a mamá por unos días. Cuando se me hizo tarde me acompañó hasta Pforta y pude enseñarle mi habitación y el jardín de los de primero.
-He recibido mi Tristram Shandy. No ceso de leer y releer el primer volumen. Al principio no entendí casi nada, incluso eso hizo que me arrepintiera de haberlo comprado. Ahora, sin embargo, me gusta muchísimo; anoto todos los pensa- mientos que me parecen interesantes. Hasta ahora no había encontrado en ninguna parte una cultura científica tan vasta, ni una disección tan minuciosa del corazón humano.
Por lo que a mi economía respecta, mi situación es la siguiente: 15 sueldos del tálero van a Naumburg para pagar el libro; del resto me reservo otros 10 para la fiesta de San Miguel, para la que, además, recibiré 10 más del profesor Bud- densieg. Por cierto, también quiero vender algunos libros innecesarios.
Ahora deseo continuar con la descripción de mis vacaciones. En el último capítulo me encontraba todavía en Jena, y estaba a punto de relatar mi encuentro con los «teutones». ¿Con estudiantes? Sí, sí, e incluso con una asociación desacreditada por la bebida y los duelos. Etsi Plato meus amicus est [aunque Platón es amigo mío], esto es, aunque siento mucha simpatía por la pequeña ciudad universitaria, tamen veritatem ducem sequor [tomaré la verdad como guía], en Jena las gastan con bastante rudeza, aunque tengo entendido que en tiempos anteriores fue mucho peor.
¡Quien sale de Jena sin recibir un palo bien puede considerarse afortunado!
Aquí había escrito yo muchas insensateces (de las que abundan en este libro). He arrancado las hojas en una lectura posterior.
Ahora me encuentro en una situación muy distinta a la de entonces, cuando escribí lo precedente. Entonces verdecía y florecía todavía el verano tardío; ahora -¡ay de mí!- estamos casi a finales del otoño. Entonces estaba yo en el curso tercero inferior; ahora, ya en el grado siguiente. Entonces todavía estaban mamá y Lisbeth en Naumburg; ahora, desde la excursión de San Miguel, se hallan en Gorenzen, etc.
-Ha pasado mi cumpleaños y ahora soy mayor. El tiempo se desvanece como las rosas de la primavera, y el gozo, como la espuma del arroyo.
Ahora me embarga un extraordinario impulso de saber, de cultura universal; Humbolt ha despertado en mí ese impulso. ¡Si al menos fuese algo constante, como mi inclinación a la poesía!
Desde la más tierna infancia he tenido muchos pasatiempos preferidos. Las primeras fueron las flores y las plantas, la envoltura de la tierra -eso sólo lo sé de oídas-. Luego le siguió el amor a la arquitectura (basado, naturalmente, en los juegos de piezas de construcción) que desarrollé de todas las maneras posibles. Me acuerdo de que, todavía de muy chico, cuando vivía en Röcken, construí una pequeña capilla. Más tarde fueron ya templos espléndidos, con hileras de co- lumnas, altos campanarios con escaleras de caracol, minas con lagos subterráneos e iluminación interior y, finalmente, fortalezas inspiradas entretanto por mi otro tercer amor, al arte de la guerra, surgido especialmente con ocasión de los acontecimientos de Crimea. Primero, inventamos máquinas de asedio (he escrito un libro con estratagemas bélicas), procuramos obtener toda clase de libros sobre el ejército y la marina de guerra, hicimos grandes planes para armar un barco, reprodujimos incontables batallas y asedios en los que disparábamos proyectiles incendiarios, y todo esto no era más que la preparación para un gran objetivo, una gran batalla entre naciones que, al fin, sólo quedó en preparativos. El amor por todo lo militar se mostró aún en la concepción de una gran enciclopedia bélica universal, pero su final lo marcó la caída de Sebastopol. Un denominado Theater des arts me condujo a los escenarios; nosotros mismos intentamos componer y representar algo; comenzamos por los dioses del Olimpo. Al mismo tiempo, ya a los nueve años, sentí la atracción por la poesía; los pequeños intentos en este campo se repitieron todos los años. Con once, se despertó mi interés por la música religiosa y, finalmente, por el arte de la composición; las causas de esta pasión las he relatado en otro lugar. También el amor por la pintura proviene de aquella época, suscitado por las exposiciones anuales. Estas pasiones no se suceden directamente unas a otras, sino que están entremezcladas, por lo que resulta imposible determinar su comienzo o su final. Luego surgieron otras inclinaciones: la literatura, la geología, la astronomía, mitología, el idioma alemán (el antiguo alto alemán), etc. Así surgieron diferentes agrupaciones:

1) El gusto por la naturaleza a) Geología b) Botánica
c) Astronomía
2) El gusto por el arte
3) Imitación de la vida práctica
a) Música b) Poesía c) Pintura d) Teatro.
a) Arte de la guerra b) Arquitectura
c) Arte de navegar
4) Preferencias entre las ciencias
a) Buen estilo latino
b) Mitología
c) Literatura
d) Lengua alemana.
5) Impulso interior hacia el conocimiento universal. Contiene todo lo anterior y añade cosas nuevas.
Lenguas

1. Hebreo 2. Griego 3. Latín
4. Alemán 5. Inglés 6. Francés
etc.
Imitaciones
1. Arte militar
2. Arte náutico
3. Conocimiento -
4. de las numerosas
profesiones, etc.
Artes
1. Matemáticas 2. Música
3. Poesía
4. Pintura
5. Plástica
6. Química
7. Arquitectura
etc.
Ciencias
1. Geografía
2. Historia
3. Literatura
4. Geología
5. Historia natural 6. Antigüedad etc.
¡Y por encima de todo, la religión, el fundamento de toda sabiduría! ¡Grande es la extensión del saber, infinita la búsqueda de la verdad!
Ideas
a) - Infinita es la búsqueda de la verdad.
b) - La guerra genera pobreza, la pobreza, la paz.
c) - Cuando el hombre desprecia la religión sospechamos, primero, que no es su razón sino su pasión la que ejerce el predominio sobre sus creencias. Costumbres pecaminosas y pureza de fe son vecinos intratables e inquietos y se alejan el uno del otro; esto sucede así, evidentemente, para evitar las molestias de la vecindad.
d) - Cuando alguien os comunique que esto o aquello no se aviene con su conciencia, no se crea nada más que esto o aquello no se aviene con su es- tómago. La falta de apetito es a menudo la causa de lo uno o de lo otro.
e) - La seriedad es un comportamiento secreto del cuerpo para ocultar las deficiencias del alma.
f) - Un poco de ingenio natural propio posee mucho más valor que un tonel de ingenio ajeno.
g) - El ingenio natural tiene que proceder del alma de uno mismo, no de la de otro.
h) - El saber es como la materia que se reparte infinitamente; los escrúpulos y remilgos son tanto partes de aquél como el lastre más pesado del mundo.
La base de un estado es la religión. La degeneración de las costumbres trae como consecuencia un debilitamiento progresivo.
Hay dos clases de revolución; la primera es la fermentación del vino nuevo, el símbolo de un pueblo aún desordenado; la segunda es la inevitable consecuencia de la decadencia de las costumbres.
Cuanto más cultivado y educado es un estado exteriormente, más se acerca a su fin.



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