Baudrillard en tiempo de descuento

Marina Rubio

Publicado el: 10/03/06

    


Jean Baudrillard como producto de su propia profecía social.

 

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Resignado a ocupar un lugar de "escritor ficcional", su obra parece sucumbir en la inmediatez de su contexto. ¿Pero, por qué "escritor ficcional" ?. La respuesta está en la misma lectura de sus escritos, a partir de la cual nunca sería posible pensarlo en términos de "intelectual" porque agota su experiencia como teórico en las puertas de su inspiración. Tal inspiración es la que parece seducir su mirada hacia los acontecimientos sociales y la que limita la curiosidad por la pregunta de sus efectos. Así, medio resuelto entre la convicción y la predestinación, su pensamiento recorre estadíos visiblemente verosímiles dispuestos a enamorar a su corte de silenciosos, (todo enmascarado, por supuesto). Visionario fatal de culturas diferentes y de cambios de fácil denominación para su nueva lexicografía ambulante de los tiempos que corren. Sin otro motivo más que la trascendencia entre los confines de la sombra humanidad. Sin más fin que perpetuar en la historia tipográfica sus teorías premonitorias sobre la fatalidad medial que acecha la tierra.
Así la continuidad Baudrillaurana. Con pequeños aciertos brillantes y felices aportes a la interpretación de ciertos fenómenos sociales. Pero siempre al vilo de ver sucumbir su obra ante el agotamiento de su inspiración. Casi sueños fantásticos de aldeas integradas por protociudadanos nacidos bajo el signo de su propia simulación. Ciudad sitiada por un espejo biónico de proporciones gigantescas condenado a reflejar las individualidades en réplicas cuasi exactas de sus originales, con la salvedad de nunca poder reproducir la magnitud del brillo propio de las retinas, sólo ostensible en los globos oculares de la raza humana. Pero, como sabemos, esto nunca fue menester de los autores de ciencia ficción, sino de artistas de los acontecimientos, enlazados entre sí como la mejor semblanza de una cultura teórica sedimentada, además, en aquellos hechos que escapan a la inspiración y encuentran su razón en una explicación más allá de lo conjeturable. El tiempo de descuento larga cuando el juego está por terminar
En losúltimos estertores del tiempo estipulado, el descuento avisa que el juego llega a su fin. Son los segundos con pantalla en permanente titileo, es el último respiro de opción antes de la barrenada final de la tecnología.

Este es el tiempo que le resta al "escritor ficcional" para no perder la apuesta que le hizo a la realidad. Sus aseveraciones estarán al borde del análisis de lo observable cuando los efectos concluyan su recorrido por los caminos de la posibilidad. Así las cosas. Propongo descifrar por qué ciertas afirmaciones categóricas de Baudrillard sólo representan una mirada ficcionada de los efectos producidos por los media. Ese será mi tiempo de recuento.
Una cronista indaga a su presa disparando la certeza de su carrera sin dudarlo un instante:
- ¿Cuáles son sus proyectos periodísticos para este año, teniendo en cuenta que se trata de un año muy actual debido a las elecciones?.
La reflexión es automática. Lo actual fue registrado en relación a un hecho y no en relación a un espacio-tiempo determinado. Entonces el acto muta su condición de acción presente para preservarse en el hecho "actual".La acción del acto sobre el hecho representa en sí una trasnmutación del tiempo en cuanto a su referenciación clásica. No fue un error de la cronista. Fue un claro síntoma de identidades diferentes en estadíos diferentes de la cultura medial. Este es un año "actual" porque se trata de un año eleccionario. Y las elecciones actuales no son sino producto de la incidencia política de los medios en su ámbito de incumbencia; son el resultado de la existencia de los efectos del poder por otros medios, fuera de la guerra. Dentro de esta nueva lógica de los tiempos es que deberán visualizarse los cambios registrados en las sociedades mediatizadas; y no como una simple inyección de conductas a propósito de.
Lo actual y lo factual en un mismo orden y a una misma distancia histórica. Las relaciones que se suceden entre ellos ya no son del signo de la naturaleza, ahora son meras especulaciones proyectadas en el ámbito de lo simbólico para desterrar la noción de linealidad que nos ofrecía la historia convencional.
Pero este no es un juego de posibilidades según sea la mayor cantidad de crédito que pueda dársele a una apuesta del sentido en estrecha vinculación a los efectos visibles de los media. Ni tampoco es un acertijo de riesgos a la hora de aventurarse por algún resultado. Menos aún se trata de una cuestión de pálpito. Pero entonces, ¿de qué manera podremos recoger los rastros de los avatares de los tiempos de la tecnología sin caer en tristes situaciones de lógica deductiva?.
Uno de los métodos que hasta el momento ha dado los mejores resulta- dos es el inductivo, (en sentido estricto y por oposición a éste tenemos el método deductivo, que ya ha ofrendado como resultados los visibles para los actuales mártires de la modernidad). Con este tipo de análisis el autor se topa con la posibilidad de encontrar algunas de las causas que originaron a su objeto de estudio de esa determinada manera y no de otra. Por el contrario, sólo deduciendo, el autor limita su participación al mundo de la descripción, (reconocido trabajo este si tenemos en cuenta lo necesario que se torna esta instancia para el trabajo de los analistas que, además, pretenden encontrar el origen de los efectos observados). Esta diferenciación no apunta sino a salvar un breve detalle: las descripciones como relato de los acontecimientos, hechos u objetos que se desenvuelven en derredor, corren el riesgo de teñirse de la mirada del relator. Esta característica de parcialidad no sería en sí misma ninguna alerta si no fuera por los riesgos que este tipo de relatos le imprimen a sus lectores cuando éstos son el producto principal de la actuación de la historia. De este modo novela y realidad se trasmutan vertiginosamente a costa de la personificación de los sujetos de la acción. Así es cuando la mirada ficcional logra seducir con claras intenciones de conquista intelectual. Se torna entonces una necesidad hacer coincidir el objeto de estudio con las caraterísticas reales de su existencia. Y el resto, al precio del mercado.
Resulta entonces que la descripción fuera de análisis por un lado, y los efectos que genera ésta cuando su destino son los propios actores del cuadro hacen de este conjunto una suma troquelada de peligrosas fantasías para quienes son tomados desprevenidos en su buena fe de aprendide los acontecimientos.
Tal es el peso que le cae a Baudrillard por su participación en estos métodos deductivos de tan poco abrigo social.
Por otra parte, el mismo Baudrillard es quien practica su crítica del análisis simplista de los acontecimientos, sin prestarle demasiada a-tención al peso de la historia o a sus resultados sociales. "Pero de hecho las masas no tienen ni historia que escribir, ni pasado ni futuro, no tienen energías virtuales que liberar, ni deseo que realizar: su fuerza es actual, presente y autosuficiente" (1); así es cuando el intento por sacudir la pereza de la simple descripción en este autor se agota en su misma flaqueza de lector/autor apocalíptico y desintegrado a la vez.
¡¿ Porque quiénes sino "sus masas" son las que están construyendo su propia teoría, su propia historia, y su propio vestigio de análisis ?!...
Pero no. Parece que el único sentido que le da lugar a estas masas para suexistencia es el dejarse desentrañar por los profetas del devenir de los efectos tecnológicos.
Sobre esta visualización del objeto es que Baudrillard desarrolla su teoría del simulacro. Casi como una tentación a la refutación completa resultan aseveraciones de la consistencia de "sus masas gelatinosas", y su reveladora sugerencia de una guerra semiótica tal que acabe con los significados mismos de existencia social. Pero no pretendo caer también en lalógica viciada de manierismos intelectuales para definir un contexto mínimo de desarrollo teórico. Sólo es intención de quien devuelve esta lectura en términos interpretativos desentrañar algunas características del proceso de observación radical que domina algunos aspectos de la obra de Baudrillard.
El desarrollo de la historia está necesariamente ligado a la existencia de sus actores. Y de la existencia de sus actores depende el proceso histó- rico. Por lo que resulta más que necesario echar un vistazo al contexto de producción de teorías que conciben a sus actores en forma paria.
Algo tendrá la historia para decir...
Al respecto surgen rápidamente algunos conceptos de la obra de este autor que merecen cierto análisis de contexto. Para citar los más representativos de su pensamiento bastan sus ideas de simulacro, de precesión, de masificación, y de tecnología. A decir: El acto de simular exige un conocimiento previo de la materia que posteriormente se negará como paso mediato para alcanzar un objetivo deseado. Esta negación no constituye en sí misma la realización de la meta propuesta ni supone otro fin más que el instrumental. Simplemente existe a partir de la conciencia del proceso necesario que actuará como vehículo para la conquista de un supuesto previo. Esta condición de premeditación en el acto de simular es la que lo convierte en una instancia de perfecto orden racional. Todo simulacro no refleja más que la certeza de la puesta en juego de un dispositivo elaborado para cumplimentar correctamente las instancias ya acordadas. Necesariamente debe conocerse primero como regla fundamental el objeto sobre el que posteriormente se posará el efecto de la simulación.
Contrariamente a esta lógica, Jean Baudrillard plantea la simulación como una especie de fin en sí mismo; como la conducta inevitable de quienes se encuentran sumergidos en esta realidad sin certezas, en este vacío significante que no ofrece garantías. Su simulación es del orden de la alteridad absoluta, como causa y como destino. Responde a la no a aceptación del origen constitutivo de los acontecimientos, lo que significa en segunda instancia la negación simultánea de los hechos que se generan como resultado de la permanente búsqueda fenomenológica de la que pretende hacernos carne.
La simulación entendida por Baudrillard es la representación de un caos de identidad en todos los órdenes: "La transgresión, la violencia, son menos graves, pues no cuestionan más que el reparto de lo real. La simulación es infinitamente más poderosa ya que permite siempre suponer, más allá de su objeto, que el orden y la ley mismos podrían muy bien no ser otra cosa que simulación" (2). Este estado de indiferenciación manifestado en la alteración absoluta de lo real no es más que el absurdo de las posibilidades desarrollado en todas las direcciones. En esta ligereza de cálculo lo real asume su desintegración como dentro de un juego electrónico: el azar y la destreza como factores indiso- ciables de poder para esta categoría simulada en lo verdadero. Y cuando esta posibilidad no alcanza, surgen las viejas imitaciones, que tantas veces promulgó, vistiendo a las nuevas actitudes sociales con un revestido sintético de acción automática. Por supuesto que quienes hacen de modelo desconocen absolutamente la escencia que están cubriendo. Así pretende describirnos este "ficcionado": calzándonos el traje perfecto de la automatización creativa mediante el único sustento de la inmediatez tecnológica; muy parecidos a replicantes de última generación (a esta altura, los dispositivos de simulación ya incluyen la repetición a misma escala de la sensación de dolor).
A saber:
Si estamos sometidos a una masificación uniforme de conductas y actitudes, la instancia fractal sólo puede producirse en términos colectivos, extendiéndose por contigüidad al infinito existente, y no en términos de "sujeto" como lo plantea Baudrillard.
¡Cómo es posible admitir una humanidad dispersada por efecto de la ruptura con su nexo individual conciente!. ¡¿Cómo es posible admitir un humano colectivizado por esta especie de tejido umbilical electrónico sin tener en cuenta las mínimas características sociales de existencia de quienes se envuelven en esta nueva dimensión de fractalidad?!.
Pero parece que a Baudrillard este tipo de nimiedades (que consideraría "tecnicismos de intelectuales angustiados") no le preocupan. Por lo que debemos suponer que para él todos los hombres se encuentran ligados a alguna tecnología, por acción u omisión. Y las consecuencias podrían leerse sin diferenciación alguna: si es por acción, el "sujeto" ya forma parte de su propia condena, doblemente culpable por gozar del privilegio de la elección y actuar de acuerdo a ella. Ante semejante actitud resulta lógico no tener en cuenta ningún miramiento a la hora de indicarle a este "sujeto culpable" cual es el camino hacia "la masa" que lo espera. Pero si por el contrario, "el sujeto" es inocente ya que no eligió la opción de ser atravesado por la tecnología pero no pudo escapar a la desgracia de ser alcanzado por sus efectos, el ca- mino hacia la masificación que le espera tampoco será mitigado en forma alguna por razones económicas, sociales, culturales o geográficas que lo caracterizan. Por lo que puede deducirse que la única manera de estar exentos a esta lobotomía colectiva de la independencia es, simplemente, no habiendo nacido en este planeta.
Para continuar con los ejemplos: La llamada PRECESION de Baudrillard no es cosa que su fórmula "hiperrdimensionada" del simulacro llevada al extremo absoluto de lo posible. Cuando la simulación no alcanza para cubrir el vacío que deja la ausencia de lo real, Baudrillard hace nacer (desde su lugar de ingeniero de los sentidos) a quien lo existía y lo existirá: la precesión de la simulación misma como fuente de nuevas descripciones de lo hiperreal. La exageración despótica de todo el entorno social y los análisis reduccionistas que insinúa a partir de estos cambios sociales hacen de sus proyecciones una fábula novelada antes que una inducción comprometida con el devenir histórico de la tecnología.
Seguramente su llamada "precesión" responda a una lógica interna cuidada y eficaz. Seguramente también esta "precesión" no sea más que una forma simbólica de representar el estadío en el que se encuentra sumergida su humanidad parisina. Pero augurar un destino impiadoso de simulaciones encadena infinita superando todo vestigio de realidad tras el aparato puesto en marcha de la destrucción definitiva de todas las entidades concebidas es de una falta de lectura globalizadora de los hechos semejante a creer que todos los seres humanos viven en Francia y hablan francés.
Pero este es el síntoma que parece sufrir este habitante de París, llamado en este trabajo como "el escritor ficcional": Jean Baudrillard, quien consternado por los cambios culturales de la época, no logra desarrollar un análisis de contexto suficiente que contemple estos cambios desde su sintomatología, su morfología, su semiología, y, aunque parezca ridículo, su geografía.
Pero todavía falta la sal de esta "teoría", falta el componente que adereze el irremontable camino del simulacro, falta el objeto de mayor deseo de Baudrillard: LA MASA.
Casi tomada como un baluarte por este defensor de contiendas simbó- licas, (quien legitima su existencia por inoperancia del poder político /del poder de la política), la masa aparece entre ingenua y voraz en los destinos de la humanidad por gracia de la tecnología. Por eso prefiere definirla como una entidad vacía en sí misma, pero repleta de significantes ajenos que son quienes le otorgan su status de maravillosa gelatina adherible a toda situación: "Así es la masa: un agregado al vacío de partículas individuales, deshecho de lo social y de los impulsos de los medios de comunicación: una nebulosa opaca cuya creciente densidad absorbe toda la energía de los alrededores y los rayos de la luz, para sufrir un colapso finalmente bajo su propio peso. Un agujero negro que devora lo social" (3).
Lo social como pausible de desaparecer tras la simple existencia de una variedad nueva en el universo de lo simbólico que aparece por volunta inequívoca de quien lo decide. Lo social herido de muerte por la masa. La masa gozosa de su tan vasto poderío, capaz de engullirse a todo el poder (¿poder?) de lo social, PERO, que todavía ni ella sabe que tiene. Así lo social quedaría reducido a un slogan sociológico, a una fórmula de comprensión para explicar ciertos fenómenos históricos, a una entelequia en manos de la masa. Y la masa tampoco podría hablar mucho de sí misma (ni parece que ya nadie puede hablar de ella).
Resignada a no ocupar ningún lugar, sino a devenir multiforme por los caminos de la siginificación. Sin contenido. Sin significado. Sin obetivo. Sin destino. Consumida por lo espectacular sin esperanza de renacer en alguna batalla social. Esta es la visión bastarda que tiene Baudrillard sobre la masa.
Pero la masa también tiene algo que decir... El ejemplo de la masa:
La masa podría rebelarse de tanta declaración en su nombre y protestar. Pero no lo hace, es cierto. ¿Por qué?. Porque estaría reconociendo su condición de compacta, de uniforme, de existencia; mientras que la masa como cuerpo no existe. En todo caso podríamos rastrearla a partir de signos en lo particular. Sólo en porciones. Y es justamente esta condición de captación en lo micro lo que objeciona su homogeneidad totalizante.
Tanto cuando se mafifiesta por presencia o por ausencia, la masa se registra en el orden de lo social. Por presencia, como determinante de situaciones sociales históricamente determinadas o de acciones políticas de coyuntura. Siempre registrada a partir de las consecuencias que implica su representación, en los efectos de sus conquistas sociales o políticas.
Por la negativa, en cambio, se registra a partir de su ausencia
en el desarrollo de estos mismos procesos, pero de cualquier forma es un modo de participación política inobjetable. Dentro de lo social es dónde pueden descubrirse estos síntomas de presencia de lo que Baudrillard llama "la masa", como simple concatenación del ritual de su propia existencia.
Si lo social hubiese sido devorado por la masa nos hallaríamos en la licuación total de la historia y estaría reinando un caos de anarquía absoluta. Pero la evidencia del tiempo político que se vive demuestra que no es así. La proliferación de conflictos mundiales dispersos, el surgimiento de extraños códigos sociales a partir de la diferente cercanía que se tenga con estos focos de conflicto, la aparición de nuevos comportamientos culturales acordes a la escala mundial de tecnologización que está desarrollándose, son algunos de los síntomas que señalan la urgencia de estudiar regional y genealógicamente estos hechos para aprender a diferenciar bien una masa de una conducta social dispersa. Además, demuestran la presencia indiscutible de lo social dentro del escenario político. Por si los ejemplos anteriores no bastaron, el último será definitivo para comenzar a recontar el tiempo que le queda a Baudrillard para seguir prediciendo los desequilibrios de identidad que nos provoca la tecnología: Y justamente de la tecnología se trata. Para hablar de tecnología debemos primero hablar de la idea de progreso. En palabras de Baudrillard "a partir del momento en que alrededor de la tierra giran astronautas, el progreso ha dejado de existir, y cada uno ha empezado a girar secretamente en torno de sí mismo" (4). Según esta concepción el progreso estaría vinculado de alguna manera a los significados desconocidos, a las ideas todavía no desarrolladas , a lo que falta por descubrir, al espacio no conquistado por significantes, a la materia innominable. Cuando el límite de estas incógnitas se agotan, el impulso que dirige al progreso se desvanece, y cae. Esta es sólo una idea de concebir el progreso. Pero llama la atención que quien sea dueño de esta idea sea de quien también asegure "que ya no creemos en una escencia propia del tiempo.
Ya no creemos en la libertad de un sujeto que gozaría de su propio vacío, de su ausencia, aún efímera, el loisir. Ya no creemos en la propiedad del tiempo, ni por tanto en la apropiación, feliz o infeliz, del tiempo vacío. Ya ni siquiera conocemos, en teoría, tiempos muertos en el flujo de la comunicación. La circulación pura, la interacción pura ponen fin a los tiempos muertos y al mismo tiempo ponen fin al tiempo mismo" (5).
El fin simbólico del tiempo propone la disolución definitiva de la existencia humana como tal. Por eso es que dentro de este marco resulta contradictorio acusar a la tecnología como responsable de la anulación de la idea de progreso, y de la desaparición del tiempo como espacio virtual. Porque la tecnología nunca tuvo por objetivo más que la trascendencia en el tiempo de la existencia humana a partir de profundizar hasta el extremo los límites de lo real. Culparla por las limitaciones del hombre es negar la prueba de su éxito. Más aún cuando todavía no podemos aventurar el efecto que supondrá vivir en una realidad hiper e interactiva, y en los ratos libres entregados a la virtualidad absoluta. El progreso de la tecnología recién está comenzando. Lo anterior fue el comienzo de la tecnología. Lo que nos espera todavía no comenzó. Como dice Virilio "hay una alarmante y generalizada falta de comprensión de la velocidad, una falta de conciencia su esencia misma" (6), lo que permite una confusión entre las instancias de aceleración y tiempo que confluyen en una distorsión de lo que es percibido como realidad, que, para seguir definiéndolo en términos de Virilio, es en todo caso transitorio. La tecnología es, en este otro autor, un disparador de preguntas y usos nuevos; es reflexión incesante; es la respuesta acerca del infinito indagar sobre los límites del tiempo, cuando "la noción de tiempo real nos trae al centro de una revolución de la imagen" (7). Por eso el tiempo de descuento que le resta a Baudrillard para certificar su obra tras el avance tecnológico está por concluir. El tiempo de recuento está por comenzar y con él todas los supuestos que los visionarios creyeron ver. Pero la realidad se tomará su ventaja. Ella es la única capaz de certificar que lo abstracto existe. Y nunca viceversa. El juego está por concluir: Terminen sus apuestas. Empieza el insospechado camino del futuro en manos de la tecnología; y corre con rapidez. Ahora sí que nadie sabe lo que pasará, (aunque muchos creyeron saberlo, aún olvidándose que la existenciade lo social es lo que permite el despliegue de lo simbólico).



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