América Latina ¿Si no existe Estado Nacional de qué sirve conquistar el poder?

Francisco de Oliveira

Publicado el: 2004-09-03

    


América Latina fue avasallada por el neoliberalismo llamémoslo por el nombre con el cual se popularizó su crítica, aun cuando éste sea en sí mismo un tanto mistificado en el último período del siglo ...

 

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América Latina ¿Si no existe Estado Nacional de qué sirve conquistar el poder?
Francisco de Oliveira


Sociólogo, uno de los intelectuales de izquierda más influyentes de Brasil, fundador del Partido de los Trabajadores (PT). El texto es la ponencia (revisada por el autor) en la apertura de la Conferencia General del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) La Habana, Cuba. *

Mi inspiración es evidente: se trata del clásico de Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina.

¿Esas venas abiertas pueden ser transformadas en vías abiertas para liberarse, para disminuir sus desigualdades internas, reanudar el desarrollo económico, ocupar un nuevo lugar en el mundo contemporáneo?

¿Se produce entonces una transformación dialéctica de «venas abiertas» en «vías abiertas», o continuaremos leyendo a Borges como maestro de nuestro espejismo y el título de Galeano continuará teniendo plena vigencia?

No es conveniente repetir de manera inconsistente lo que se puede encontrar, de manera original y suficiente en los informes de la CEPAL: las dos últimas décadas fueron de estancamiento, de retroceso y como máximo, en algunos casos, de crecimiento mediocre.

América Latina fue avasallada por el neoliberalismo llamémoslo por el nombre con el cual se popularizó su crítica, aun cuando éste sea en sí mismo un tanto mistificado en el último período del siglo pasado y continúa bajo su, dominio. Somos la región de mayor desigualdad, incluso más que Africa. E internamente, la desigualdad aumentó en nuestras sociedades entre principios de los años 90 y comienzos del 2000. México y Brasil casi no experimentaron cambios en este aspecto; en lo que respecta a sociedades más igualitarias en el pasado, como Argentina y Uruguay, éstas fueron hacia una radical «desigualitarización» [1].

La excepción conocida es la de siempre: esta Cuba que nos acoge tan generosamente, pero cuyo progreso, truncado implacablemente por el imperialismo norteamericano, no puede llevarse a cabo en el conjunto latinoamericano, devastado por el estancamiento. Cuba tiene que correr los riesgos del «socialismo en un solo país» que sería un anacronismo si no fuera por la epopeya de su dignidad y los inmensos sacrificios de su pueblo.

Sí, Galeano, nuestras venas continuarán abiertas, quizás mucho más que en el pasado, a partir del cual fue construida su metáfora. La globalización se transformó en una poderosa succión mediante la cual el trabajo de los latinoamericanos fluyó hacia el exterior.

Detrás del diagnóstico general, se esconden especificidades: desde la fulminante transformación de México en el mayor exportador aislado hacia los Estados Unidos, en el marco del TLCAN, que no lo libró del default de la deuda externa de principios de los noventa y no ha resuelto el problema de la desigualdad mexicana, hasta el estruendoso fracaso e increíble retroceso de Argentina, otrora una de las cinco economías más importantes del mundo a comienzos del siglo XX. Chile ha tenido un desarrollo menos errático a partir de la dictadura de Pinochet, pero sus trabajadores ya tienen las viñas amargas de la seguridad social privatizada, ahora que llegó la hora de pagar las cuentas.

De cualquier manera, el aislacionismo chileno en relación con América Latina lo hace depender casi exclusivamente del mercado norteamericano, y de hecho, Chile retrocedió en términos de división social del trabajo: volvió a la condición de economía primaria y exportadora, basada en el bueno y viejo cobre estatal...

Las economías uruguaya y paraguaya sufren los efectos del retroceso argentino y del neoliberalismo brasileño, y el Mercosur, en la situación en que se encuentra, no ha podido devolverles dinamismo. Colombia se transformó en una tragedia, cuyas características todos conocemos y está en vías de transformarse en un no-Estado y en una no-Nación. Ecuador, Perú y Bolivia han sufrido espasmos tan violentos que ni la ciencia social más cautelosa se arriesga a dar un pronostico: se puede pasar de Sendero Luminoso a Fujimori y de éste a Toledo, de las experimentaciones a la manera de la Tatcher avant la lettre, a Gonzalo Sánchez de Lozada de nuevo y a Evo Morales, y de la dolarización con fórceps al movimiento indígena anticapitalista casi sin mediación. Venezuela sufrió la más rampante corrupción bajo el partido más socialdemócrata que ha conocido el continente y está soportando diariamente los intentos de desestabilizar a su revolución Bolivariana, pasando por el escandaloso asalto a la Presidencia de la República directamente por parte del Presidente de la Asociación de Empresarios, en una situación que ya se torna frecuente en que la burguesía prescinde de la política y de sus ex intermediarios.

En el momento en que reviso este texto, Sánchez de Lozada fue depuesto /dicen que fue obligado a renunciar, dijeron y su sucesor constitucional dijo que el pronóstico más realista es el caos. Bolivia se encuentra, por segunda vez en cincuenta años, en una situación revolucionaria: ¿acaso los dominados bolivianos serán revolucionarios?

Menos que un rosario de nuestras debilidades, lo que explica la breve descripción, es la gran erosión de las instituciones democráticas y republicanas provocadas por el neoliberalismo, una declaración de guerra abierta del capital contra la posibilidad de la política.

Para recordar a nuestro Atilio Borón, este Secretario General que con sus valeroso equipo hizo un verdadero milagro de recuperación de nuestro CLACSO, el capitalismo en la periferia está resultando totalmente incompatible con la democracia:

Después de la crisis de las dictaduras, un aliento de libertad recorrió América Latina. Por todas partes, revitalización de la política llevada a cabo mediante la unión de movimientos sociales en ascenso, sindicalismo renovado (caso evidente de Brasil), crisis de las deudas externas, creación de nuevos partidos de masas con un núcleo de trabajadores de nuevo el ejemplo brasileño del PT-, también el Movimiento Al Socialismo de Evo Morales, la rectificación de equivocados antagonismos partidistas caso típico, el de la reconciliación entre demócrata-cristianos y socialistas chilenos nuevo aliento al justicialismo argentino, el rechazo popular a la corrupción andresista en Venezuela y una reidentificación con el ideario bolivariano, el fin del largo baño de sangre en Guatemala, hicieron el milagro de la democratización de América Latina. Y con ella las promesas de hacer desaparecer las experimentaciones neoliberales casi auschwitzianas. Por primera vez en la historia latinoamericana, en ninguno de sus treinta y cinco países se veía un régimen dictatorial Parecía que la grotesca mezcla de dictadores, jefes, tiranos, la mayoría de las veces brutalmente sanguinarios y unos pocos regímenes democráticos, había terminado para que prevaleciera la democracia.

Sucedió algo completamente imprevisto.

Tal vez habíamos subestimado el «trabajo sucio» de las dictaduras, los estragos causados en la estructura social, en el aumento de las desigualdades, en la capacidad del Estado para regular los conflictos, en la identidad entre proyecto nacional para las clases dominantes y proyecto nacional para las clases dominadas, en la desterritorialización de la política que está convirtiendo a nuestros estados nacionales en un anacronismo. Como mínimo, se había producido una esquizofrenia: las burguesías renunciaban a un proyecto nacional, y, de esa manera, el espacio de la política se transformaba de una aparente liberación en un confinamiento para las clases dominadas. La globalización absorbió la ola de democratización con todas sus consecuencias: las dictaduras habían insertado definitivamente las economías de América Latina en la financiarización del capital, lo cual anulaba en grado extremo el poder del Estado en la nueva ola de democratización.

La respuesta de las fuerzas políticas que asumieron el poder estatal posdictaduras fue apretar el paso para completar el trabajo de la financiarización, tratando de insertar a los diferentes países, mediante diversas fórmulas, en el equívoco de la globalización supuestamente homogeneizante...

Desaparecieron las protecciones aduaneras en nombre de los beneficios del libre comercio, se privatizaron las empresas estatales que habían sido pilares de la industrialización desde los años cuarenta, se desregularon por diferentes formas los mercados de trabajo estructurados en un precario «estado de bienestar». Algunos fueron bastante lejos: México mediante la integración al TLCAN perdió autonomía para aplicar cualquier política económica, Argentina privatizó todo y estableció una dolarización que acabó por eliminar todas las protecciones no aduaneras-anulando el precario Mercosur- y llegó al límite de inscribir como ley la paridad entre el peso y el dólar, negándole, por consiguiente, a los electores la capacidad de gobernar. De la Rúa fue el paroxismo de esa desestatización de la moneda.

Brasil, durante el doble mandato de FHC, privatizó todo el poderoso parque industrial estatal, excepto Petrobrás mediante un traspaso de propiedad que estremeció las estructuras de poder y las relaciones entre las clases y de éstas con la política. Quedó entonces un importante parque industrial privado, minado, entretanto, por la apertura comercial indiscriminada. Sería largo, aburrido y superfluo, frente al formidable arsenal de datos, análisis e interpretaciones de la CEPAL, reconstruir los principales desastres expresados en los indicadores económicos más usuales.

Esa implosión de las relaciones de clase tiene consecuencias para la política, radicaliza a un grado insospechado las tensiones sociales y requiere un paso político de tal envergadura que la propia implosión de las relaciones de clase no recomienda esperar. Los altos niveles de desempleo y la informalidad rampante destronaron las categorías organizadas en el trabajo formal de la centralidad política a la que habían ascendido: incluso la elección de Luiz Inácio Lula da Silva a la Presidencia de la República brasileña, no significa auge del poder sindical como base política del PT. Su significado es otro.

Aquel desempleo e informalidad que alcanzan en un país como Brasil alrededor del 60 por ciento de la PEA y en Argentina el porcentaje es todavía más alto crearon una nueva clase que el léxico político de la izquierda y de la ciencias sociales es incapaz de nombrar: no son trabajadores informales, son desempleados, pero no desocupados, no son «masa marginal» según la concepción de José Nun: son un lumpensinato, sin la carga despectiva que innegablemente tenía el término, en manos del barbudo de Tiers.

¿Por qué entonces, la denominación, aun cuando sea provisional e impotente?

Porque es en la política que se vuelven lumpen, o mejor dicho, en la antipolítica. Virtualmente, están creadas las condiciones para un populismo de carácter neofascista, por primera vez en la historia de América Latina, pues la interpretación del populismo a principios de la industrialización fue un equívoco sociológico y político.

Esa poderosa desestructuración provoca implosión en las relaciones de representación: los propios partidos surgidos de las antiguas bases sociales, ¿a quién representan hoy?

El justicialismo argentino, ya de por sí dividido por poderosas facciones burocráticas e incluso gansteriles, ¿a quién representa? ¿A los piqueteros? Pregúntenles a ellos.

¿El PT representa el 60 por ciento del total de «informales» más desempleados en Brasil?

¿Los tradicionales partidos políticos de Colombia representan a las fuerzas en conflicto hace más de 30 años, situación agravada por la entrada en escena de los paramilitares?

Evo Morales es el nuevo nombre de los cocaleros, y es una novedad real, porque los partidos bolivianos hace mucho tiempo habían perdido el vínculo realmente popular; el MNR se convirtió en oligarquía hace mucho tiempo. El movimiento indígena del Ecuador es también una novedad, en el mismo sentido del de Bolivia. Fujimori fue una reacción liberal a la anarquía: pero las auxiliares estructuras oligárquicas, cual inmenso aparato digestor, se lo tragó rápidamente y lo transformó en el mayor símbolo de la impunidad corrupta de las viejas clases dominantes peruanas. Toledo viene con Harvard en el equipaje y ya experimenta una desmoralización que hace impotente su PHD.

La política institucional gira en falso, pues los condicionamientos y limitaciones impuestos por la globalización hacen inútiles y superfluas las instituciones democráticas y republicanas. Los bancos centrales son las verdaderas autoridades nacionales y éstas no son instituciones democráticas.

Según la definición schmitiana, soberano es quien decide el Estado de Excepción. ¿Y quién decide entre nosotros?

Los Estados Nacionales se transformaron, pues, en Estados de Excepción: todas las políticas públicas son políticas de excepción. Casi se dolarizó en Argentina para proteger a los que poseen dólares, carteras de dólares; se dolarizó en Ecuador con el mismo objetivo; en Brasil se mantuvo una moneda sobrevaluada para atraer capitales especulativos: de nuevo el rosario sería interminable, pero es importante señalar que con ese rosario los Estados Nacionales y sus políticas se convirtieron en Estados de Excepción en un doble sentido: existen para proteger los intereses de los capitales financieros y mantienen el grueso de sus poblaciones en estados de indigencia, de excepcionalidad, en una funcionalización de la pobreza que es la peor de las excepciones.

La política institucional atrajo a las fuerzas populares más transformadoras hacia lo que se está estructurando como una trampa: son esas nuevas fuerzas populares, que al final han llegado a los umbrales del poder, los ejecutores de la excepción: de los superavits acordados con el FMI, de la prisa del ALCA, de la sumisión a la OMC, de nuestra conversión al libre cambio y al libre comercio.

América Latina olvidó la lección fundamental de Raúl Prebisch, de la asimetría de las fuerzas en la relación centro periferia. En relación con eso, las burguesías nacionales, completamente subordinadas a la globalización, renuncian a la política. Prefieren confiar en los dispositivos que tan bien apuntó Foucault, limitaciones, procedimientos, en las institucionalidades, en los automatismos que anulan la política.

El caso brasileño ilustra eso hasta la saciedad: cómo el gobierno de Lula, que prometía ser transformador, se rindió ante los compromisos, no hay oposición política, ni siquiera oposición de los sectores económicos cualesquiera que sean. Se presenta entonces la paradoja según la cual las fuerzas que ganan las elecciones luchan entre sí, mientras que las clases dominantes exacerban los conflictos: otro es el caso de la reforma agraria en Brasil. El MST intenta que el gobierno cumpla con los asentamientos necesarios y éste se niega tal vez no por falta de voluntad política, sino por los marcos fiscales de superávits impuestos por el FMI, y los medios provocan exacerbando las causas del conflicto entre el MST y el gobierno de Lula. Con lo cual ambos se debilitan y las posiciones antireforma agraria comienzan a fortalecerse.

El período neoliberal puede haber agotado su agenda, incluso eso debe ser puesto en duda si tomamos el ejemplo del gobierno de Lula que está profundizando las «reformas» neoliberales. Pero considerando que la agenda neoliberal esté agotada, la cuestión que se plantea es más complicada: ¿qué hacer para reparar el profundo desgaste organizativo de las clases trabajadoras, por ejemplo y restaurar el mínimo de la capacidad reguladora del Estado totalmente devastada?

¿Cómo retomar el crecimiento económico si la inversión estatal que fue decisiva para la industrialización de América Latina está estrangulada por los pesados servicios de las deudas interna y externa y se ha tornado impotente por las privatizaciones?

La confianza en el mercado como mecanismo para asignar recursos debe ser puesta en duda aún con mayor fuerza que en los tiempos dorados de la CEPAL, puesto que empeoró la distribución de las rentas y, por tanto, las inversiones sólo se dirigen a los sectores que atienden las demandas de las clases de altos ingresos reiterando la perversa concentración que fue constatada y denunciada por Celso Furtado.

El crecimiento económico sin redistribución de la renta es cada vez más concentrado y sin el Estado como fuerza reguladora el proyecto transformador tiene todo para ser verdugo de su propia promesa.

Impedidos de actuar en las políticas de desarrollo, a los Estados nacionales en América Latina sólo les resta administrar las políticas de funcionalización de la pobreza. Se trata de políticas de excepción, lo que convierte al Estado en un Estado de Excepción. Los profesionales del marketing inventan nombres como «bolsa-escuela»[2], «bolsa-alimentación»[3], «primer-empleo», «comenzar de nuevo», «Hambre-Cero» el más pretencioso de todos y el que más denuncia el carácter anti-universal de las políticas, mientras las políticas que promovieron una mayor redistribución de la renta en los anales del capitalismo en los países centrales, las de Seguridad Social son anuladas en la periferia por las privatizaciones y «reformas» piratería semántica.

Como las fuerzas laborales han sido muy erosionadas y perdieron la capacidad de proponer políticas y de afianzarlas o de vetar las anti-reformas, los Estados nacionales en América Latina rozan lo que la literatura denominó en el pasado populismo. Pero la denominación es errada, pues el populismo en el pasado significó la inclusión por la «vía pasiva», autoritariamente, de las clases trabajadoras en la política, mientras el neo-populismo, aceptémoslo por ahora, es la exclusión de los trabajadores de la política y su transformación en objeto de políticas compensatorias.

Jose Nun que me perdone, pero la «masa marginal» se convierte, por las políticas de funcionalización de la pobreza, en mantenimiento de los «ejércitos de reserva» aptos para manejar los más primitivos procesos de trabajo, con lo que ganan un lugar funcional en la acumulación de capital.

Sin embargo, no es la pobreza la que ocasiona esa acumulación: es la revolución molecular-digital en el centro dinámico, la que convierte la pobreza funcional en acumulación de capital.

Las economías de América Latina pertenecen, ahora, a la familia de los ornitorrincos, una combinación esdrújula de altas rentas, consumo ostentador, acumulación de capital comandada por la revolución molecular-digital, pobreza extrema, lumpensinato moderno, avasallamiento por el capital financiero, incapacidad científico-técnica. Argentina, que nos había dado el único Nobel en una rama de la ciencia, la de la fisiología-biología-medicina, duerme (¿duerme?) ahora en la Recoleta: aquí yace una promesa de nación.

¿Por qué el reto es hoy mayor que aquel que se impuso en los años del desarrollismo, que encontró en la brava Cepal su mejor exponente?

Primero, por una razón fundamental, estratégica: mientras la situación anterior se caracterizaba por un «intercambio desigual» (Samir Amin) entre productores de materias primas (América Latina) y productores de bienes manufacturados (el centro dinámico), que podía ser vencido por la industrialización, propuesta cepalina por excelencia, la globalización es, sobre todo, un sistema financiero. La mayor contradicción no radica en que son las propias multinacionales las que están presentes en la industrialización sustitutiva de importaciones, lo que agrava la dependencia financiera y es uno de sus elementos estructurales, pero es que el dinero global, el dólar y el euro éste en menor escala son los que conforman el principio y el resultado del funcionamiento de las economías de la periferia latinoamericana. En otras palabras, quien financia la actividad productiva latinoamericana es el propio dinero internacional. Y no hay «industrialización sustituta» del dinero internacional. En este caso, el remedio mata. Es más compleja la ecuación de la dependencia y la de su solución.

Dadas las condiciones sumariamente enunciadas, las nuevas exigencias son más radicales

Como está probando el derrocamiento ahora de Sánchez de Lozada por la poderosa unión del movimiento de los cocaleros con el movimiento indígena y la Central Obrera Boliviana, casi una repetición de la revolución que llevó a Paz Estensoro al poder y que colgó en el poste al entonces presidente Villarroel, como ya se dijo anteriormente, la situación boliviana es revolucionaria. Las fuerzas y movimientos que derrocaron a Sánchez de Lozada están obligados a mantenerse fuera de los marcos del sistema: Felipe Quispe ya lo comprendió lúcidamente. ¿Estarán a la altura? ¿El estancamiento general y cierto retroceso latinoamericano estarán en condiciones de engañar a la audacia de clase en Bolivia? El aislamiento de Cuba obliga a reflexionar dos veces, antes de celebrar victoria debemos sacar una conclusión: ella es sólo el comienzo.

La victoria y el gobierno de Lula es otro caso de advertencia. él puede dar la ilusión de hegemonía de las fuerzas trabajadoras, pero si se analiza su desempeño presidencial, la verdad puede ser lo opuesto. Toda la larga acumulación de los movimientos sociales brasileños, incluyendo en él al propio movimiento sindical del que surgió Lula, produjo una casi hegemonía en los términos de Gramsci: una dirección moral de los movimientos de la sociedad, con repudio a la globalización subordinada, la denuncia de la depredación ambiental, la falta de ética en la política, la desregulamentación poderosa de las estructuras del mercado de trabajo, el clamor por una seguridad social que contornase la crónica incapacidad de la economía de producir los empleos necesarios, el combate al fisiologismo y al clientelismo de las élites políticas tradicionales, una distribución de la renta que sacase a Brasil del obsceno lugar de ser una de las cuatro sociedades más desiguales del planeta capitalista.

El gobierno de Lula niega en la práctica toda esa casi hegemonía y, por el contrario, se entrega a reiterar todo lo que combatió. Para que no caigamos en el registro de una simple denuncia moral que continúa siendo urgente y continúa siendo un elemento de la política es necesario profundizar en las causas estructurales de tales desvíos.

Al lado de todas las particularidades de nuestros países, que enseñan que hay varios caminos, varias vías para América Latina, hay una raíz estructural que otra vez nos especifica sobre una posible comunidad de naciones, de pueblos, etnias y culturas. En el pasado nuestra colonización ibérica fue la destrucción de nuestras culturas autóctonas y luego la caída del imperialismo inglés y posteriormente el norteamericano. Hoy, la globalización es un nombre nuevo y un fenómeno nuevo, que tiende a anular las clases sociales históricas que fomentan a nuestra propia precaria historia. Incluso aquella historia de que nuestras clases dominantes fueron, voluntaria o involuntariamente, los agentes dominadores en la mayor parte de los casos implacables y en ocasiones crueles. La globalización las anula casi todas. Esta, cuyo nombre más apropiado es la virtualidad imperial de los Estados Unidos, se conoce por dos poderosas vertientes.

La primera es la desnacionalización de la política y la segunda la despolitización de la economía, que en términos jurídicos se está denominando desterritorialización de la política y la juridificación de la mercancía.

Por el primer término debe entenderse la supraterritorialidad de las políticas financieras, monetarias, fiscales, de comercio exterior, de patentes, de propiedad intelectual. En otras palabras, FMI, BIRD, BID, OMC. Esto significa, que las políticas nacionales están sometidas, parametrizadas, monitoreadas por las macropolíticas de la globalización.

Es la pérdida de la autonomía de los Estados Nacionales. Las monedas nacionales son una ficción. Se establecen las actuaciones fiscales y su incumplimiento implica penalidades. También se establecen los gastos, sus volúmenes y sus destinos específicos: no se aconsejan hacer gastos «liberales» en personal y los «mercados» reactúan descalificando la actuación de los gobiernos. Las agencias que miden los riesgos entidades privadas mueven hacia abajo o hacia arriba los denominados «riesgos-país» y con ello (des)orientan a inversionistas, promueven fugas y/o entradas de capital, (des)valorizan títulos de las deudas de los países sin que nada haya pasado de inmediato con las cuentas externas: son profecías «autocumplidas» de los mercados. Nichos específicos de comercio, finanzas internacionales, patentes, propiedad intelectual son establecidos por la OMC de manera que no puedan ser trasladadas a los países ahora «emergentes» o submergentes, si ese fuese el «humor» de los mercados.

La juridificación de las mercancías es un movimiento más letal, pues ellas cargan en sí su propia legislación, que salta por encima de las legislaciones nacionales. El caso más trivial está ante nosotros para aquellos que llevan para la casa cintas de vídeo y ahora DVDs: allí se leen, antes de las exhibiciones, las condiciones para el uso de tales «propiedades». Hay una supermercancía: según Marx, cuando el consumidor compra una mercancía, él es dueño de su valor de uso. Ahora, el valor de uso continúa siendo propiedad del vendedor: el consumidor no puede darle a lo que compró el uso que le plazca. De hecho, hay una modificación en la propiedad capitalista. Lo más grave sucede en el reino de los fármacos, por ejemplo: los países no pueden intentar usarlos a no ser que paguen los derechos de las patentes e incluso, en este caso, condicionadas a darle el uso que le plazca al «propietario». El caso de los medicamentos anti-Sida es una bella excepción, cuyo camino debe ser seguido por el resto de los casos.

Los transgénicos cargan en sus nuevos códigos genéticos el veto a ser escogidos por los ciudadanos que los utilizan: ellos no pueden ser semillas y la mercancía reduce la diversidad a lo único en la conocida denuncia de Vandana Shiva, anulando el potencial cultural, técnico y científico de las producciones autóctonas: La imagen es la del fin de la juridificación de la mercancía: los derechos de imagen, de marca hacen perder el valor de uso de una simple mirada humana: sólo se puede mirar si se paga. Es el mundo de la ceguera virtual.

Pero es la descartabilidad científico-técnica de nuestros países la que está en peligro. La entrada del nuevo paradigma molecular-digital se dio con la globalización y ésta, al financiarizar nuestras economías y los Estados Nacionales tornó al ahorro interno insuficiente para financiar la inversión: nuestra dependencia se convirtió en inserción en los circuitos de valorización externa, aunque la realización del valor sea interna. Esto nos obliga a seguir las huellas del consumo, que Celso Furtado ya había denunciado, y más aún, de la inversión y de la descartabilidad, a pesar de que nuestros sistemas de la segunda revolución industrial hayan sido insuficientes. De ahí que nuestra tragicomedia de hoy es la de los indígenas y la de los habitantes de las favelas pegados a teléfonos celulares mientras pasan hambre.

Todo ese proceso hace a las clases sociales obsoletas. Las dominantes, que nunca hicieron la revolución burguesa, ya no pueden aspirar a nada. Las dominadas fueron superadas por las revoluciones científico-técnicas, por la globalización, las reestructuraciones productivas y por la ausencia de su adversario nacional, que ya no utiliza las mediaciones de la política representativa, pues no tiene más nada que representar. Y ¿si no existe representación para qué sirve la política? ¿Si no existe Estado Nacional de qué sirve conquistar el poder?

Los Estados latinoamericanos están obligados a una revolución democrática trascendente, que no significa adoptar simplemente las reglas de la democracia formal. Esta, de excepción, se transformó en una panacea, en una negación de su historicidad. La revolución democrática comienza por redistribuir poderosamente la riqueza, dando un basta a la obscena desigualdad latinoamericana. Ante la imposibilidad de seguir la política de clases, ella debe ser superada para poner en práctica una política de ciudadanía de clase. Todos los procesos en curso en América Latina indican esa radicalidad: en el caso argentino no puede confiarse en la restauración de la normalidad, aunque el desempeño de Néstor Kirchner sorprenda el escepticismo de argentinos y de nosotros: la restauración de la normalidad no llevará muy lejos al gran país austral. En el caso brasileño hay que desmitificar el mito Lula y traer la política otra vez a nivel de las organizaciones populares: hay que negar el riesgo de una priización del PT. El caso venezolano ya indica los límites de la democracia formal, así como en los demás casos. Ahora Bolivia nos convoca de nuevo con su límite.

En verdad, hay diversas vías para América Latina y reducirlas es la única forma, como se hizo algunas veces en el pasado, sería de nuevo un grave equívoco, pero todas ellas pasan por la democratización radical como forma de ampliar la influencia de las masas sobre los grandes procesos, más allá de la negación que la globalización impuso sobre las clases sociales tradicionales. La actividad académica e intelectual tiene como misión interpretar, con urgencia, las nuevas situaciones. No para sustituir a los actores reales, sino para ayudarlos en el proceso de forjar una nueva identidad más allá de las limitaciones que clases y Estados nacionales experimentan en esa coyuntura. Este proceso estalla ante nuestros ojos. Que el CLACSO pueda ayudarnos en esta tarea de la misma forma que lo hizo la CEPAL en el pasado.

NOTAS:

[1] Desigualdades en América Latina: ¿Rompiendo con la historia? 4986 pág. Banco Mundial. Washington, EE.UU, 2003, citado por la Folha de S. Paulo, Cuaderno B, pág 10, 8/10/2003

[2] N. del T. Ayuda escolar que se da a los niños de familias de más bajos ingresos.

[3] N. del T. Ayuda alimentaria que se da a las familias de más bajos ingresos.




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