Avasallamientos corporales y devenires de la máquina musical del cuerpo

Adriana del Rocío Hernández Yasnó

Publicado el: 07/03/2010

    


El tiempo es de penuria porque le falta el desocultamiento de la esencia del dolor, la muerte y el amor. Es indigente hasta la propia penuria, porque rehuye el ámbito esencial al que pertenecen dolor, muerte y amor. Hay ocultamiento en la medida en que el ámbito de esa pertenencia es el abismo del ser. Pero aún queda el canto, que nombra la tierra. ¿Qué es el propio canto? ¿Cómo puede ser capaz de él un mortal? ¿Desde dónde canta el canto? ¿Hasta dónde penetra en el abismo?

Martin Heidegger

 

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Talvez es un acto de rebeldía enfrentarse a la ”cosa en si", deslindarse del cuerpo propio y hacer gemir al otro en su pasión profunda, en su versión de sí mismo. Dejar hablar al otro y luego transformarlo en la escritura cuando la ”suspensión" construye una escritura que podría o no ser un ejercicio de traducción. ¿Cómo leer una imagen como la anterior producida especialmente como una estética de la que emergen una violenta belleza, para crear una expresión del propio cuerpo en el peligro del consumo del heavy metal y el peligro hedonista al que se enfrenta el fanático del grupo Judas Priest.


No se trata de representar al otro, sino de una práctica de lectura fenomenológica en el sentido de encontrar en ”lo otro" o en ”los otros", la clave de la vivencia de los cuerpos de los símbolos y de las prácticas cotidianas que son de varios tiempos según la experiencia de la investigación ¡Que viva la música: cuerpos de jóvenes urban@s metaler@s, 1977-2009.

Este movimiento de la vivencia hacia los cuerpos de los otros que nos hablan y que hacen su auto-escritura y que interrogamos en sus procesos de subjetivación y exploración corporal en el mundo de la vida, rompen esa hegemonía de los discursos que disciplinan y controlan el cuerpo, tan bien explicados por Michel Foucault.

El deslinde desde el doctorado es introducir el aguijón que toca el cuerpo para hacerlos gritar desde su experiencia de la música y de los consumos culturales que conforman la corporalidad en el sentido de David Le Breton, quien en el texto La sociología del cuerpo afirma: Frente a este paisaje con tantos elementos, la tarea de la antropología o de la sociología consiste en comprender la corporeidad en tanto estructura simbólica y no debe dejar de lado representaciones, imaginarios, conductas, límites infinitamente variables según las sociedades. (Le Breton, 1992, 31)

En el siguiente registro fotográfico se evidencia cómo en el concierto del grupo Judas Priest al que asistí el 03 de noviembre del 2008 en Bogotá, se construye al lado de la expresión musical, una expresión corporal y escénica con efectos sobre el espectador en uno de sus conciertos, constituyendo una estructura simbólica dramática, para cada concierto que ofrece en escena, no solamente un conjunto semiótico exuberante, sino una atmósfera ritual, es un espacio de encuentro, donde los cuerpos de las generaciones se tocan, construyendo una relación entre un tiempo cósmico atemporal, el del mito urbano Judas Priest y el tiempo histórico vivido por fanáticos del grupo que promedian en edad unos sesenta y cinco años y el de jóvenes entre 14 y 28 años en promedio y otros cuarentones y cincuentones rockeros que comparten ese espacio ritual que dirige ese sacerdote del heavy metal Rod Halford y sus compañeros: bajista, guitarrista y baterista.

La construcción del movimiento escénico introduce al espectador en un orden simbólico dominado por la religión de la música, el cantante oficia su hierático sentido y los espectadores son epoptos o iniciados en este rito. Halford es el sacerdote que oficia un encuentro sagrado en la música, entra al escenario como un papa vestido con una tiara papal negra, no de seda, sino de cuero cantando con su voz gatuna, ácida y manejando un movimiento lento en su recorrido por el escenario, que contrasta con el delirio de los demás miembros del grupo y el furor de los espectadores.





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