ENTREVISTA a José Luis Mangieri



Publicado el: 11/11/08

    


La misma casa donde José Luis Mangieri vivió buena parte de su infancia en Floresta, sigue siendo hoy testigo de su vida cotidiana. La calle Mercedes, donde se encuentra su casa desde hace setenta años, ya no es de tierra. Tampoco pasa el lechero vendiendo por la calle ni el arroyo Maldonado atraviesa el barrio a cielo abierto, como en aquella época. A pesar de la nostalgia que parecen manifestar estos recuerdos que Mangieri trae a la charla, sostiene una y otra vez: "Yo no creo que todo tiempo pasado fue mejor".

 

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ENTREVISTA a José Luis Mangieri

Fuente: http://www.buenosaires.gov.ar/areas/cultura/bibliotecas/dglibro/observatorio/mangieri.php?menu_id=17060


La misma casa donde José Luis Mangieri vivió buena parte de su infancia en Floresta, sigue siendo hoy testigo de su vida cotidiana. La calle Mercedes, donde se encuentra su casa desde hace setenta años, ya no es de tierra. Tampoco pasa el lechero vendiendo por la calle ni el arroyo Maldonado atraviesa el barrio a cielo abierto, como en aquella época. A pesar de la nostalgia que parecen manifestar estos recuerdos que Mangieri trae a la charla, sostiene una y otra vez: "Yo no creo que todo tiempo pasado fue mejor".
Sus primeros años transcurrieron en un conventillo de Parque Patricios, barrio que lo vio nacer en 1924 y que le infundió el fanatismo por el club Huracán. De esta parte de su vida conserva sus mejores recuerdos. Era un auténtico arrabal de tangueros, prostitutas, obreros e inmigrantes, quizás muy parecido al mismo que retratara Raúl González Tuñón en sus poesías. Y no es casualidad que uno de los emprendimientos editoriales más importantes de Mangieri llevara el nombre de un libro de esta figura de la poesía argentina: "El nombre de La Rosa Blindada fue en homenaje a un libro de Raúl González Tuñón, que a su vez él escribió en homenaje al levantamiento de los mineros de Asturias en el año 1934."
Esta conjunción de barrio, inmigración e ideales libertarios marcaron a Mangieri tanto en su actividad de editor y como poeta. En los años '50 se sumó al Partido Comunista, donde tuvo su primera experiencia con la edición. Su inserción en el Instituto Argentino-Ruso, a partir de su militancia política, le permitió hacerse cargo de la revista que publicaba el mencionado organismo. Más tarde ingresó a la naciente Eudeba, con Boris Spivacow a la cabeza, y luego intervino en los periódicos Crítica, Democracia y El Popular, el cual también pertenecía al Partido.
Pero los tiempos que corrían lo fueron alejando a él, como a tantos otros intelectuales, del comunismo ortodoxo, y promediando la década del 60 fue expulsado del Partido. Junto con varios compañeros de militancia, y con el valioso aporte de González Tuñón, dieron forma a un nuevo proyecto editorial. La Rosa Blindada nace en 1962, bajo el nombre original de Ediciones Horizonte, publicando libros de poesía. Pero el momento de esplendor se da en 1964, cuando deciden publicar la revista que llevaba el mismo nombre poético de la editorial. Más o menos mensualmente llegaron a sacar a la luz nueve números, que encontraron su fin abruptamente con el golpe del general Juan Carlos Onganía en 1966.
¿En qué contexto surge el proyecto de La Rosa Blindada como editorial?

JL - En la década del '60, a la que yo la llamo "la dorada década del '60". En ese momento no pasaban cosas solamente en la Argentina, sino en todo el mundo. No solamente se estaban dando las manifestaciones del estudiantado francés, sino sobre todo, la revuelta del estudiantado antiautoritario alemán que dirigía Rudy Dutschke, que fue mucho más importante. En Estados Unidos estaban los hippies, las comunidades sexuales, y otros importantes movimientos sociales. En el contexto latinoamericano, en Chile estaban Salvador Allende como presidente y el MIR; los Tupamaros en Uruguay, que parecía que la tenían toda servida; los generales peruanos al mando de Velazco Alvarado que fueron a combatir a la guerrilla, se dieron cuenta de que los guerrilleros tenían bastante razón y se convirtieron en generales progresistas; y lo mismo sucedió con el Almirante Boreal Arrazábal en Venezuela. Se dio todo un contexto de lucha política en el cual, cuando a mediados de los '70 se produce la retirada estadounidense de Vietnam, comienzan a ocuparse de América Latina y empieza la cadena de dictaduras. La década del '60 fue realmente, para nosotros, muy importante. Yo siempre digo que en esa época creíamos que a la vuelta de la esquina nos esperaba la historia. Pero comprobamos que nos estaban esperando miles de desaparecidos y miles de exiliados. Yo no creo que todo tiempo pasado fue mejor. Yo creo que hay que mirar para adelante, porque simplemente lo que pasó, pasó. Para bien o para mal, pero pasó. Y lo de adelante en una de esas puede resultar peor de lo que pasó, pero siempre, el futuro es lo mejor, ¿no? Vos no podés estar anclado en lo que pasó y en lo que hiciste, porque esa añoranza sería una forma de derrota.
En ese contexto de efervescencia que mencionás, ¿qué se proponían ustedes con ese proyecto?

JL - Nos planteábamos distintas conquistas. Nosotros transmitíamos toda la experiencia de Vietnam. Pero si uno lee con atención la revista, no era una revista de tomar las armas. Todos los textos que publiqué de los vietnamitas se entendieron mal; se creía que nosotros pensábamos que esto era Vietnam, y esto no era Vietnam, esto era la Argentina. La Rosa Blindada fue producto de su época. Es cierto, fue un producto legítimo del momento histórico que se vivía no solamente en la Argentina, sino también en el mundo. Nosotros pensábamos que todo era posible. Yo recuerdo que los libros de Vo Nguyen Giap y Mao Tse Tung se vendían en las estaciones de subte de los Tribunales y lo veíamos en forma natural. Había una gran cantidad de editoriales de izquierda o politizadas, como Siglo XXI. Los alumnos venían a pedirnos las pruebas de galera de Siglo XXI y de La Rosa Blindada porque estaban de texto en la Facultad. Roberto Carri, un sociólogo que después sería desaparecido, había puesto los cinco textos filosóficos de Mao Tse Tung como parte de los apuntes obligatorios de ingreso a todas las facultades. Las tiradas nuestras eran de 10 mil ejemplares y, por otro lado, Siglo XXI había llegado a ser más importante que la casa matriz en México.
¿Quiénes estaban en La Rosa Blindada en ese momento?

JL -Estábamos con Carlos Brocato, Emilio Jáuregui, Juan Gelman, Carlos Gorriarena, Octavio Getino, Tito Cossa y varios compañeros más. Y además, esa era una época de mucha efervescencia en los distintos ámbitos de la cultura. Estaban Norma Aleandro, Ferrigno, Vera Gruner, en teatro; Alberto Fischerman y Pino Solanas, en cine; Andrés Rivera en narrativa, entre tantísimos otros. La Rosa Blindada tiraba 10 mil ejemplares de la revista. Y se vendían, no era joda. Nosotros, con referencia a los otros grupos literarios, éramos el único grupo que, aun sin ser obreros, hacíamos las presentaciones de los libros en los sindicatos. No las hacíamos ni en las Facultades, ni como después estuvo de moda, en las librerías. A diferencia de las otras revistas, nosotros participábamos de las asambleas, íbamos a las huelgas y a las movilizaciones. No éramos ni mejores ni peores que los otros. éramos diferentes. Todos los que integrábamos la revista teníamos una actividad gremial.
¿Qué relación tenía La Rosa Blindada con Pasado y Presente?

JL -Teníamos una relación muy fraternal. Ellos estaban introduciendo a Antonio Gramsci. Tal es así que Pasado y Presente es el título de un libro del pensador italiano. Y nosotros más bien nos abocábamos, básicamente, en levantar la lucha vietnamita.
La Rosa Blindada vinculaba la cultura y la política. Actualmente, ¿cree que hay una decadencia en el campo cultural?

JL -Yo creo que a pesar de todo este estrago socioeconómico la cultura en este país, y sobre todo en Buenos Aires, que es una ciudad tremendamente culta, no decayó. Eso lo hablábamos la vez pasada con Tito Cossa. La cantidad de estrenos teatrales, de cine, de las tiradas de libros que hay son muy grandes. En Francia se edita un libro y a los tres meses está traducido acá. El nivel cultural de este país en todas las épocas fue muy, muy alto. Incluso la cantidad de revistas que hoy en día están saliendo, la cantidad de editoriales nuevas que están surgiendo, la cantidad de editoriales de poesía, que es lo que me compete, es muy importante. Por otro lado, la globalización afecta al campo editorial. Varias editoriales nacionales fueron vendidas. Pero sin embargo todavía subsisten algunas editoriales nacionales como Catálogos, Galerna, de la Flor y otras más pequeñas, entre las que nos incluimos, que antes nos trataban de "contestatarias" y ahora pasamos a ser editoriales "alternativas". Es decir, nosotros somos coherentes, no cambiamos. Pero en definitiva, el nivel cultural sigue siendo muy grande, muy elevado en este país.
En otras entrevistas usted señaló que el libro era una herramienta que estaba al alcance de todos. Hoy, tal vez como carencia, ¿qué pasó para que lleguemos a este punto en que parece estar como ausente?

JL -Lo que yo creo, y no quiero que suene sectario, es que en los '60 había ideología. En el mundo se leía Jean-Paul Sartre, se leía Simone de Bauvoir, se leía Albert Camus, se leía a los grandes. Y hoy ¿dónde está Sastre, dónde está Camus? Y lo tenés a Bucay. Yo creo que esto responde a un cambio en la situación socio-económica. Además de la derrota política y cultural. En los '50, en los '60, veías en el colectivo a todo el mundo con el diario. Y hoy ves que la gente no lee el diario, y no es porque vea las pastillitas que te da la televisión en un informativo, sino porque la gente no tiene plata para comprarlo. Es decir, no creo que sea porque la gente vea la televisión y se empalague, yo creo que la televisión está bastante erosionada. No sé si en este país la televisión es tan frívola y tan mediocre porque los que la hacen sean frívolos y mediocres. Yo creo que se trata de que cuanto menos piense la gente, la vas a manejar con más facilidad. Y en cuanto al libro, andá por las librerías y fijáte las vidrieras: son todas iguales. En todas están exactamente los mismos títulos y a los mismos precios. Y antes los libros se vendían muy baratos. En la década del '20 Editorial Claridad tenía los libros a 20 centavos y se vendían en los kioscos. Después vino el fenómeno de Eudeba, que fue una experiencia extraordinaria. Pero hoy el libro ya es inalcanzable prácticamente para mucha gente. Y aunque existan las editoriales alternativas, el problema sigue siendo el costo. Yo creo que la gente no se acerca al libro, justamente, por el precio, y no por la televisión, que la tenés ahí, metida en tu casa y te maneja la cabeza. Y la forma de que la gente no piense es esa. Alejarla del diario, alejarla de la lectura. Además, antes los diarios te hacían pensar con las editoriales. Y hoy son algo meramente informativo; la información no te hace pensar necesariamente.
¿Cuál es la función o qué lugar ocupa en el campo de la cultura el libro en la actualidad?

JL -Bueno, yo pienso que el libro sigue siendo un arma poderosa. El libro sigue siendo el libro. Más allá de los adelantos tecnológicos. Por ejemplo, mi mujer es fanática de Internet. Con Internet tenés el mundo arriba de la mesa. Internet terminó con la magia de la carta, pero eso es una frase poética que finalmente no indica nada. Ahora bien, yo pienso que la presión de esta máquina crea un segundo analfabetismo. El analfabetismo de antes era el del que no sabía leer y escribir contra el que sabía. Hoy el analfabetismo va más allá de que todos sepamos leer y escribir: si vos tenés la máquina y yo no la tengo, yo sufro de este nuevo tipo de analfabetismo. El tipo que tiene la máquina tiene una ventaja enorme, tremenda, sobre el tipo que no la tiene. Hoy para conseguir trabajo tenés que tener ese conocimiento. Pero realmente, es cierto, hay un segundo analfabetismo.
¿Usted cree que desplaza el hábito de la lectura, del libro?

JL -Cuando apareció el cine se dijo que el cine destruía al teatro. Cuando apareció la televisión se dijo que la televisión destruía al cine. Pero ni el cine destruyó al teatro, ni la televisión destruyó al cine, ni Internet va a destruir al libro. Es cierto que hoy podés consultar libros por Internet, hasta libros recontra agotados en cualquier país que tenés disponibles con esta tecnología. Y no tenés que volverte loco o ir a un bibliófilo que te lo vende a cualquier precio. Pero el libro escrito nunca va a desaparecer. Como nunca va a desaparecer el cine ni el teatro ni nada por el estilo.
Y actualmente la Editorial La Rosa Blindada, ¿cómo se adapta a estos cambios? ¿Sigue siendo la misma Rosa Blindada que hace treinta años?

JL -Sigue la misma línea, es decir, ahora editamos exclusivamente libros con tópicos nacionales. Se acabó Lenin, se acabó Mao Tse Tung, ahora son temas exclusivamente nacionales, y por eso hicimos los dos libros de Cooke, el libro del Cordobazo, el libro sobre Rodolfo Walsh, el libro sobre del ferrocidio. Además de los Libros de Tierra Firme, que es una colección de poesía argentina. La Rosa Blindada sigue en la misma dirección, aunque ya no se trata de una línea foquista. Uno tiene criterios de realidad, porque si no los tenés te volvés esquizofrénico, y en política la esquizofrenia es más o menos como el suicidio. Hoy tenés todos temas nacionales. También editamos La huelga general del '36, que describe la huelga que hubo en este país ese año, que duró dos o tres días.
¿Por qué decís que la poesía es el género literario de la resistencia?

JL -Porque lo es. Fijáte que en la Guerra Civil Española todos los poetas, menos uno, estaban del lado republicano, del lado de la resistencia. El único que no estaba de ese lado de toda la generación del '27, de la generación de Lorca, Alberti, Miguel Hernández, fue el hermano de Antonio Machado, Manuel, que era un excelente poeta que por su adscripción al franquismo fue injustamente relegado. Incluso acá tuvimos a poetas con una fuerte militancia política como Miguel ángel Bustos y Paco Urondo. Pero por otro lado, yo creo que además, el problema que tiene la poesía es que se dice que la gente no lee poesía y los libreros dicen que la poesía no se vende. Yo creo que son macanas: la poesía tiene un problema, que es que la materia prima de la poesía son los sentimientos, esa zona oscura que con dificultad manejamos todos. En la narrativa el lector se siente cómodo porque siente que se habla del otro. Pero al leer poesía te das cuenta que están hablando de vos. Porque cuando leés poesía te identificás con muchas cosas, es un género que habla de lo que te pasa. En cambio, la narrativa es más descriptiva. El autor de narrativa puede tener vaivenes en la escritura y después levantarse; y el lector no se va a dar cuenta. Pero al poeta que se le pierde un verso se le pudrió todo, es un género implacable. Otro inconveniente es que la poesía no tiene propaganda. En los diarios se comenta la narrativa y todos sus best-sellers, pero no hay ni noticia de los libros de poesía. Es que las grandes editoriales no tienen poesía.
¿Entonces creés que no se habla de poesía porque no vende?

JL -Exacto. Y ni siquiera en los cuatro o cinco programas televisivos o radiales de cultura se habla de poesía, siempre hablan de los narradores. Por ejemplo, fijáte lo que pasó con Juan Gelman y Osvaldo Soriano: a Soriano lo levantaron por las nubes pero, desde mi punto de vista, la poesía de Gelman está muy por encima de los libros de Soriano. Y además las tiradas de los libros de poesía de Gelman son de mil ejemplares. Y, por ejemplo, a Andrés Rivera le dedican cinco mil ejemplares. La gente se acerca con dificultad a la poesía porque no tiene la manija que los periódicos, los diarios y los medios televisivos le dan a la narrativa.
Usted mencionaba que la experiencia de Eudeba había sido extraordinaria. ¿Es posible reflotar esa iniciativa?

JL -Claro, hablando en una ocasión con intelectuales y gente de la cultura les preguntaba por qué no se reconstruye lo de los kioscos de Eudeba instalados en varios puntos de la ciudad. Porque eso no es difícil, los kioscos se pueden armar fácilmente, y hasta es posible que todavía estén en algún lado. Los armás, le pedís permiso al gobierno, colocás los kioscos y volvés a reeditar buena parte de los textos y otros originales. ¿Cuál es el problema de rearmar Eudeba? Tenés que pensarlo, tenés que tener la iniciativa. Sería una cosa, desde el punto de vista político, importantísima la de sacar los kioscos a la calle de vuelta. Y no solamente en Buenos Aires. Otra iniciativa sería reeditar las colecciones: tres o cuatro libros en un paquete. Esos se compraban a rolete. Se llamaba "La Colección del Siglo y Medio". Qué te parece, los kioscos en la calle vendiendo libros a un precio de costo. Primero se editaron todos los textos universitarios: la venta era de la editorial al lector directamente y de esa manera te ahorrabas el 40% del precio de tapa. Fue una experiencia irrepetible. Y después sacaron los kioscos y Onganía clausuró Eudeba y el Centro Editor, secuestró buena parte de los libros y los quemó. En nuestro caso, cuando liquidaron la editorial vinieron tres camiones municipales y se llevaron todos los libros. ¿Qué me llevaban, municiones? ¿Qué me llevaban, ametralladoras? Llevaban libros, y los quemaron. Ese era el nivel de la represión contra el libro. Y eso te provoca épocas de atraso después. Yo pienso que la cultura tiene que desarrollarse en una forma más o menos armónica. Acá estamos siempre a los saltos.
Mangieri, en el ir y venir de sus reflexiones, vuelve a la idea del pasado. Pero esta vez va más allá de la comparación valorativa de las distintas épocas. Es necesario rescatar el pasado para que el desarrollo cultural y la construcción de una identidad sigan un cauce menos accidentado, más fluido, como el mismo cauce que todavía hoy transitan las publicaciones de La Rosa Blindada.

JL -Si vos no te asomás al pasado no sabés quién sos. Es decir, la identidad de uno también se basa en tu pasado. Vos tenés que saber quién era tu viejo, quién era tu abuelo, de dónde venís, qué idioma tenés. Eso es tu identidad. Y yo pienso que, desgraciadamente, éste es un país sin identidad. Todavía seguimos bajando de los barcos. A este país, o al menos a Buenos Aires, la hizo la inmigración que empezó a venir en 1880. Por ejemplo, una situación que ilustra lo que digo es el hecho de que Roberto Arlt haya sido descendiente de un suboficial prusiano y Juan Gelman descendiente de un obrero ruso. Son los dos más altos exponentes de la "porteñidad" en literatura. La ciudad los absorbió y contaminó su obra. Esto demuestra en alguna medida que la identidad se va conquistando de a poco, con el arte, con la escritura. Y los libros siempre sirven. Por eso nosotros tenemos que ejercer la memoria no a nivel canibalesco, sino con un nivel crítico y autocrítico.



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